viernes, 19 de diciembre de 2008

Cinco paradojas derivadas de la crisis

Autor: Carlos Alberto Montaner.
La primera paradoja es casi asombrosa: el culpable se ha convertido en el héroe. Estados Unidos, país causante de la mayor crisis financiera planetaria de los últimos cincuenta años, es la única economía en la que confían en el resto del mundo. El euro, el yen, el franco suizo, la libra esterlina se devalúan rápidamente con relación al dólar. Todos saben que la catástrofe se inició con la truculenta ingeniería financiera norteamericana de las hipotecas subprime -unas oscuras operaciones que bordeaban el fraude-, pero mientras más se ahonda el desastre, más crece la convicción de que la economía de Estados Unidos es la mejor preparada para capear el temporal.
Segunda: Estados Unidos está sorteando la crisis mediante el expediente, bastante discutible, de imprimir miles de millones de dólares (trillions en inglés) para inyectar liquidez a la economía. Supuestamente, es dinero que la sociedad norteamericana, mediante su gobierno, les presta a las empresas financieras para que, a su vez, continúen prestando, pese a que el gran problema se originó en el endeudamiento irresponsable y en la falta crónica de ahorro. Con esta medida, el país retarda el ajuste en lugar de acelerarlo, distorsiona la competencia, y elimina el factor riesgo en las transacciones comerciales, con lo que adultera totalmente la esencia de la economía de mercado. ¿Para qué comportarse prudentemente si el papá Estado vendrá a rescatarnos? Por otra parte, esa inmensa masa de dinero nuevo, que no responde a un aumento de la producción o de la productividad, inevitablemente se convertirá en inflación o se utilizará para mantener los precios artificialmente altos.
Tercera: El éxito mata. No hay nada más peligroso que las conquistas sociales en épocas de crisis. Cuando las prestaciones y los salarios son muy elevados y se han convertido en derechos adquiridos, las empresas no pueden sobrevivir a las crisis. Es lo que les sucede a los fabricantes norteamericanos de autos. No mueren (o agonizan) porque fabrican peores automóviles que los japoneses o los alemanes -aunque haya algo de eso, según se quejan los usuarios-, sino porque carecen de flexibilidad para adaptarse a los periodos de contracción económica. Hasta que los sindicatos no entiendan que la economía de mercado es como una especie de acordeón, que a veces se expande y a veces se contrae de acuerdo con miles de factores imponderables que escapan a cualquier cálculo o planeación, los trabajadores van a resultar perjudicados cada vez que llegue una época de vacas flacas.
Cuarta: Los expertos son casi inútiles. Hay que acabar de admitir que la economía no es una ciencia que se rige por las matemáticas, sino una actividad guiada por las cambiantes percepciones psicológicas, como sostiene Ludwig von Mises en La acción humana. De donde se deduce que las opiniones de los expertos siempre hay que tomarlas con mucho cuidado. Las famosas ”burbujas”, causantes de los grandes descalabros, son todas parecidas: un número creciente de personas se entusiasma con la posibilidad de obtener grandes ganancias en una actividad (internet, bienes raíces, simples préstamos), lo que funciona bien durante un tiempo, hasta que comienzan a desaparecer los inversionistas, a veces por simples sospechas, y, bajo el estímulo del miedo, se produce el colapso en cascada. (La burbuja es siempre una variante más o menos honorable de la ”pirámide”, también llamada ”fraude Ponzi”. Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que a principios del siglo XX organizó en Estados Unidos una ”pirámide” basándose en la diferencia de precio entre el valor de los sellos postales internacionales adquiridos en Europa y redimidos en Estados Unidos. Acabó en la cárcel, naturalmente).
Quinta: La reducción del precio del petróleo es, al mismo tiempo, una maldición. La única manera de que las fuentes alternas de energía sean rentables (el viento, el sol, el etanol, las plantas atómicas) es si el barril de petróleo resulta muy caro, especialmente mientras no se le impute al oro negro el inmenso costo militar que implica mantener una presencia occidental en el Medio Oriente, o la destrucción de capital que provocan las subidas estrepitosas del precio del barril de crudo, como ha sucedido varias veces. Desde la época de Nixon, los siete presidentes que han pasado por la Casa Blanca han incumplido su promesa de eliminar la dependencia del petróleo importado. Me temo que al señor Obama le sucederá lo mismo si los costos se mantienen bajos.

El Gran Debate Económico

Autor: Charles Philbrook.
Para unos, todo este caos financiero, que ya amenaza con derribar a países y economías regionales —a eso, al menos, apuntan una serie de indicadores crediticios—, tiene su origen en una falla del “sistema” capitalista; y para otros, en la intervención estatal en los mercados. Estas dos posturas, diametralmente opuestas en lo que a la dirección de la causa y el efecto concierne, nos llevan por dos escenarios posibles: si hay una falla intrínseca, la intervención (el efecto) queda plenamente justificada, de lo contrario, esta última (esta vez, la causa) produce la falla sistémica.
¿Es, entonces, lo uno o lo otro? ¿En qué sentido va uno y otro? Durante más de mil años la astronomía tolemaica teorizó que el Sol giraba alrededor de la Tierra, y durante esas más de diez centurias la mayoría de astrónomos eso fue lo que aceptó como verdad, como indiscutible verdad. Las predicciones astronómicas basadas en esta falsa concepción cosmogónica, y como es de esperar, no eran de las más acertadas. En todo este tiempo, un muy reducido grupo de pensadores, que van desde Apolonio y Aristarco en la Grecia clásica hasta Copérnico y Kepler en la Edad Moderna, se atrevió a disentir, postulando que el movimiento planetario era…¡heliocéntrico!. Hoy sabemos que lo que la hipótesis tolemaica proponía que debía ser central, en realidad, seguía una trayectoria orbital. Hoy, y gracias a lo que sabemos sobre el movimiento de los cuerpos celestes, el pronóstico y la precisión van por una sola línea.
Durante siglos, entonces, se dio por cierto algo que era falso. El Sistema Solar era y sigue siendo el mismo, y la definición de lo que es un sistema sigue siendo la misma, pero ahora nuestra visión de éste es otra. Todo sistema —incluyan al económico— es un conjunto estructurado de unidades relacionadas entre sí. La idea de conjunto nos lleva a pensar en multiplicidad, pluralidad; lo que hay de estructurado en él, a su vez, a intuir la existencia de una forma, de un orden predeterminado, al que conduce esa interrelación entre las diferentes unidades, las diferentes partes del sistema. Jueguen con una de estas partes y verán cómo todo deja de funcionar.
Pues bien, ¿cuál es el gran debate en economía?. ¿Uno de definición o uno de causa y efecto? Ni uno ni otro: el gran debate es aquél que aún se da entre los economistas tolemaicos —la inmensa mayoría— y los copernicanos, entre aquellos que aseguran que la producción de bienes y servicios en la economía gira en torno a la demanda y aquellos que dan por hecho que gira en torno a la oferta. Creer en lo primero lleva a sobrestimar el papel que juega el consumo, y a ver en el ahorro no una virtud, sino un vicio que debe ser vigorosamente combatido si un mayor crecimiento es lo que se busca. Por lo tanto, lo que en una persona es una virtud —el ahorro— pasa a convertirse en depresión económica si toda una nación lo practica. Esta aberración intelectual, inherente al razonamiento de la economía tradicional y ortodoxa (o tolemaica, si gusta de lo medieval), llevó a Keynes a teorizar que un cada vez menor nivel de ahorro se traduciría en un cada vez mayor nivel de consumo y de crecimiento. En otras palabras, a cero ahorros, un crecimiento infinito.
Pero, ¿se puede consumir algo que aún no ha sido producido? Producir cualquier cosa, desde un caramelo hasta un complejísimo avión toma tiempo. Para producir hay que invertir, y ya que la inversión sale del ahorro es más que obvio que si crecer es lo que se busca, pues ahorrar más y consumir menos es lo que se requiere. Esto es lo que creemos los economistas ‘ofertistas’, los copernicanos y keplerianos modernos (!) Ahora que esta señora crisis entra en su fase de depresión deflacionaria, y ahora que cada vez son más los países que tiran la casa por la ventana buscando evitarla, si algo en claro quedará de este debate es el descubrir de qué lado yace la verdad.

martes, 9 de diciembre de 2008

Cinco paradojas derivadas de la crisis

Autor: Carlos Alberto Montaner.
La primera paradoja es casi asombrosa: el culpable se ha convertido en el héroe. Estados Unidos, país causante de la mayor crisis financiera planetaria de los últimos cincuenta años, es la única economía en la que confían en el resto del mundo. El euro, el yen, el franco suizo, la libra esterlina se devalúan rápidamente con relación al dólar. Todos saben que la catástrofe se inició con la truculenta ingeniería financiera norteamericana de las hipotecas subprime -unas oscuras operaciones que bordeaban el fraude-, pero mientras más se ahonda el desastre, más crece la convicción de que la economía de Estados Unidos es la mejor preparada para capear el temporal.
Segunda: Estados Unidos está sorteando la crisis mediante el expediente, bastante discutible, de imprimir miles de millones de dólares (trillions en inglés) para inyectar liquidez a la economía. Supuestamente, es dinero que la sociedad norteamericana, mediante su gobierno, les presta a las empresas financieras para que, a su vez, continúen prestando, pese a que el gran problema se originó en el endeudamiento irresponsable y en la falta crónica de ahorro. Con esta medida, el país retarda el ajuste en lugar de acelerarlo, distorsiona la competencia, y elimina el factor riesgo en las transacciones comerciales, con lo que adultera totalmente la esencia de la economía de mercado. ¿Para qué comportarse prudentemente si el papá Estado vendrá a rescatarnos? Por otra parte, esa inmensa masa de dinero nuevo, que no responde a un aumento de la producción o de la productividad, inevitablemente se convertirá en inflación o se utilizará para mantener los precios artificialmente altos.
Tercera: El éxito mata. No hay nada más peligroso que las conquistas sociales en épocas de crisis. Cuando las prestaciones y los salarios son muy elevados y se han convertido en derechos adquiridos, las empresas no pueden sobrevivir a las crisis. Es lo que les sucede a los fabricantes norteamericanos de autos. No mueren (o agonizan) porque fabrican peores automóviles que los japoneses o los alemanes -aunque haya algo de eso, según se quejan los usuarios-, sino porque carecen de flexibilidad para adaptarse a los periodos de contracción económica. Hasta que los sindicatos no entiendan que la economía de mercado es como una especie de acordeón, que a veces se expande y a veces se contrae de acuerdo con miles de factores imponderables que escapan a cualquier cálculo o planeación, los trabajadores van a resultar perjudicados cada vez que llegue una época de vacas flacas.
Cuarta: Los expertos son casi inútiles. Hay que acabar de admitir que la economía no es una ciencia que se rige por las matemáticas, sino una actividad guiada por las cambiantes percepciones psicológicas, como sostiene Ludwig von Mises en La acción humana. De donde se deduce que las opiniones de los expertos siempre hay que tomarlas con mucho cuidado. Las famosas ”burbujas”, causantes de los grandes descalabros, son todas parecidas: un número creciente de personas se entusiasma con la posibilidad de obtener grandes ganancias en una actividad (internet, bienes raíces, simples préstamos), lo que funciona bien durante un tiempo, hasta que comienzan a desaparecer los inversionistas, a veces por simples sospechas, y, bajo el estímulo del miedo, se produce el colapso en cascada. (La burbuja es siempre una variante más o menos honorable de la ”pirámide”, también llamada ”fraude Ponzi”. Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que a principios del siglo XX organizó en Estados Unidos una ”pirámide” basándose en la diferencia de precio entre el valor de los sellos postales internacionales adquiridos en Europa y redimidos en Estados Unidos. Acabó en la cárcel, naturalmente).
Quinta: La reducción del precio del petróleo es, al mismo tiempo, una maldición. La única manera de que las fuentes alternas de energía sean rentables (el viento, el sol, el etanol, las plantas atómicas) es si el barril de petróleo resulta muy caro, especialmente mientras no se le impute al oro negro el inmenso costo militar que implica mantener una presencia occidental en el Medio Oriente, o la destrucción de capital que provocan las subidas estrepitosas del precio del barril de crudo, como ha sucedido varias veces. Desde la época de Nixon, los siete presidentes que han pasado por la Casa Blanca han incumplido su promesa de eliminar la dependencia del petróleo importado. Me temo que al señor Obama le sucederá lo mismo si los costos se mantienen bajos.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Hay que abolir los Bancos Centrales

Juan Morillo Bentué
En un artículo anterior comenté que una de las condiciones para un sistema monetario sano era la derogación de la legislación bancaria y la abolición inmediata de los bancos centrales. Esto suele parecer una medida sorprendente e incluso extremista, ya que casi todo el mundo parece aceptar que el Gobierno debe ostentar el monopolio de la emisión de dinero. Sin embargo, bajo mi punto de vista, esto carece de base teórica: no encuentro ninguna justificación para este monopolio.
Y es que las crisis bancarias y crisis económicas de carácter cíclico son inseparables de la manipulación monetaria como ya vimos: las políticas expansionistas dan lugar a unos tipos de interés artificialmente bajos que crean la sensación de que hay un mayor ahorro disponible, es decir, que ha habido un cambio de preferencia temporal, lo que induce a que se invierta en proyectos antieconómicos.
La idea de fondo del paradigma dominante en cuestiones monetarias que impregna y justifica la intervención en este campo es que puede existir una adecuada manipulación de la oferta monetaria y los tipos de interés que fomente un crecimiento estable y sostenido.
El problema de esta idea es no entender que el tipo de interés es claramente un fenómeno de mercado. Es un importante precio de mercado que relaciona los bienes presentes con los bienes futuros. En los procesos empresariales de coordinación intertemporal tiene un papel protagonista porque regula la relación entre consumo, ahorro e inversión.
El ajuste de los comportamientos presentes y futuros lo realiza la función empresarial en el mercado de intercambio de bienes presentes por bienes futuros. Es en este mercado en donde se fija el tipo de interés, y está constituido por toda la estructura productiva de la sociedad, en la que los ahorradores (oferentes o vendedores de bienes presentes) renuncian al consumo inmediato y ofrecen bienes presentes a los propietarios de los factores originarios de producción y bienes de capital a cambio de obtener un mayor valor de bienes en el futuro.
No importa si la autoridad monetaria decide expandir, contraer o dejar intacta la masa monetaria: cualquier decisión que tome distorsionará los precios relativos. Los dirigentes de los bancos centrales forzosamente se equivocan porque sus decisiones serán distintas de las que se hubieran adoptado en los procesos de mercado.
Además, decía Mises que ninguna ley económica es más impopular que esta: que los tipos de interés son, a largo plazo, independientes de la cantidad de dinero, porque ni siquiera la expansión de crédito más grande puede cambiar la diferencia de valoración entre bienes presentes y bienes futuros.
No se entiende como algunos liberales que se oponen a la existencia de órganos de planificación central cuyo objetivo es el de establecer los precios de distintos bienes y, sin embargo, deseen mantener los bancos centrales, que no dejan de ser órganos de planificación central que pretenden establecer tasas de interés. Hay que abolir los bancos centrales de la misma forma que se deben abolir cualquier organismo de planificación central.
Sencillamente, los tipos de interés son precios, y el mercado es el único instrumento que permite conocer cuales son las preferencias de los ahorradores y de los consumidores. Los bancos centrales han usurpado el papel del mercado en la esfera monetaria. No existe un criterio objetivo para fijar un tipo de interés. Por tanto, no se puede hablar de que los tipos sean altos o bajos porque no hay un punto de referencia que se pueda tomar para fundamentar esta afirmación. Conceptos como el “fine tuning” o la “cantidad óptima de dinero” carecen de sentido y deberían ser eliminadas de los manuales de economía.
El intervencionismo monetario no puede conseguir lo que se propone y está condenado al fracaso. No puede hacerlo porque no es teóricamente posible que los dirigentes y funcionarios de los bancos centrales dispongan de la información necesaria para dar contenido a sus mandatos. Por un lado, es lógicamente imposible debido a que la información relevante es práctica, se encuentra dispersada en la mente de todos los hombres de forma tácita y, por tanto, no es articulable. No puede ser formalizada y no se puede concebir la transmisión de esta información al órgano director. Y por otro lado, aunque fuera transmisible, el órgano de planificación central no podría asimilar e interpretar el inmenso volumen de información necesaria.
Lo único que se consigue con la existencia de los bancos centrales es provocar una generalizada mala inversión de los recursos y factores productivos e imposibilitar que se descubran las situaciones de desajuste que se dan en la sociedad. Por lo tanto, genera descoordinación y desajuste, porque los agentes actúan de manera contradictoria y sin darse cuenta de que cometen errores sistemáticos. Lo cual acabará en la falta de calidad de los bienes y servicios e incluso en problemas de escasez. Curiosamente, se utiliza esta descoordinación social para justificar ulteriores dosis de intervención.
Hayek señaló que un organismo monopolista único no puede poseer la información que permite determinar la oferta de dinero, y añadió que, “incluso si supiera lo que debe hacer en beneficio del interés general, habitualmente no estaría en disposición de actuar de ese modo”.
Y es que hay que ser muy ingenuo para creer que los funcionarios gubernamentales y los directivos de los bancos centrales son guardianes desinteresados de nuestro bienestar que no intentarán buscar privilegios y réditos políticos mediante el monopolio de la emisión de moneda.
En este sentido, la autoridad monetaria puede beneficiar a sectores o industrias por motivos políticos simplemente obligando a los bancos a ampliar el crédito a la vivienda o a la agricultura, por ejemplo. Otra manera de conseguir rédito político es seguir una política monetaria expansiva en los años electorales. De esta manera se consigue una reducción temporal del desempleo a muy corto plazo, que puede hacer que los votantes se decanten por el partido que está gobernando. Es lo que sucedió en la reelección de Nixon en 1972. Evidentemente a largo plazo este tipo de políticas son económicamente destructivas, pero pueden hacer que el poder político consiga su principal fin, que no es otro que perpetuarse en el poder.
Otro motivo para eliminar los bancos centrales es que no pagarán por sus errores como sí que lo haría un empresario o cualquiera de nosotros en un mercado libre. En este sentido, L. H. White comparaba su funcionamiento con el de un Imperio. La eliminación del monopolio de la emisión de dinero haría mucho más difícil el intervencionismo y control estatal de la economía.
La existencia de una sociedad libre implica necesariamente la compresión de los fenómenos monetarios. El desconocimiento teórico en este campo lleva a grandes dosis de intervencionismo y coacción estatal. De ahí que Hayek considerase que la historia es la historia de la inflación generada por los Gobiernos para su propio beneficio.
Es verdad que los fenómenos monetarios son mucho más complejos, abstractos y difíciles de entender que los de otros campos. Incluso un pensador de la talla de Hayek llegó a defender el monopolio gubernamental en materia monetaria en Los Fundamentos de la Libertad. Afortunadamente cambió su postura en su ensayo posterior La Desnacionalización del Dinero. Rectificar es de sabios, y Hayek lo era. ¿Lo seremos nosotros?
Publicado originalmente http://www.juandemariana.org/comentario/2937/hay/abolir/bancos/centrales/Republicado por el Instituto Acción con la autorización del Instituto Juan de Mariana.

martes, 28 de octubre de 2008

El Manifiesto Comunista y el factor quintacolumnista en esta crisis financiera


Charles M. Philbrook*

Octubre 28, 2008

Vivimos en tiempos excepcionales, únicos, qué duda cabe. Todo lo que se dice y hace últimamente —desde los libros y ensayos que los medios de prensa publican hasta los premios, como el Nobel de Economía a Krugman, o la nacionalización de gran parte de la banca en Europa y Estados Unidos— apunta a que éstos son tiempos de cambio, de fin de régimen y de sistema. En efecto, en lo económico vemos cómo una teoría, la keynesiana, se juega sus últimas cartas, sus últimas balas. Los Estados, a ambos lados del Atlántico norte, están dispuestos a apostar todo su arsenal monetario y fiscal buscando darle pronta solución a esta crisis; pero mientras pasan las horas y los días, los indicadores que cuentan, y que son los que deben ir hacia abajo si un fin a esto se persigue, han decidido enrumbar hacia arriba. En las últimas semanas, el aumento en las tasas de interés en los mercados de deuda gubernamental, corporativa e hipotecaria les recuerda así a estos gobiernos que ya no pueden seguir recurriendo a las triquiñuelas monetarias del keynesianismo.

Pues bien, ¿cómo se llega a esta crisis que parece no tener solución? Llegamos a ésta gracias al monopolio que los bancos centrales tienen sobre la creación de dinero y al férreo control que ejercen sobre el mercado crediticio de corto plazo —pueden llamarle “tasa de referencia” o “fed funds” a la tasa de interés que controlan, el hecho es que así subyugan al mal llamado “libre mercado”—. (No son muchos los economistas que demuestran interés en saber que en Estados Unidos, de 1837 a 1862, no existió un control estatal sobre la emisión de dinero, la era de banca libre o “Free Banking”, y sin embargo ése fue el periodo de mayor crecimiento económico en el país del norte.) Bien: cada vez que un banco central crea de la nada, ex nihilo, un sol, un dólar o la unidad monetaria que sea, en esencia lo que hace es inyectar deuda en el sistema económico, la que a su vez es amplificada equis veces por la banca comercial en forma de créditos. Esta deuda adquirió un crecimiento exponencial en los últimos años, y ése es el origen de esta crisis. Los bancos centrales crearon cantidades astronómicas de dinero que los bancos comerciales amplificaron en forma cuasi infinita prestando a gente que no tenía ni los medios ni los ingresos para pagar esos préstamos, los que se usaron para comprar casas, autos y todo lo que la imaginación pidiera y el nivel de ingresos impidiera.

Pongamos este ejemplo para que se pueda entender lo insostenible de todo crecimiento exponencial en un mundo finito. Vamos a suponer que colocamos una gota de agua en el centro del campo de juego del Estadio Nacional. Si cada minuto que pasa duplicáramos esa cantidad, es decir, una gota el primer minuto, dos el segundo, cuatro el tercero, ocho el cuarto, dieciséis el quinto, treinta y dos el sexto y así sucesivamente, ¿en cuánto tiempo se llenaría de agua por completo el Estadio? ¡En una hora! Lo interesante es que es en los últimos cinco minutos en los que se llena el 80% que aún queda por llenar. Visto gráficamente este crecimiento tiene la forma de un palo de hockey.



Ahora bien, ¿existe alguna solución para esta crisis de deuda? Y si no la hubiese, ¿qué hacen los gobiernos tirando la casa por la ventana? ¿Podrán estarse jugando su propia existencia? Pongamos esta crisis en perspectiva: de las cerca de veinte que cuentan los historiadores desde la tulipmanía, en Holanda, en el siglo XVII (bien podría ser la primera), ésta es mucho más grande que todas las otras juntas. Lo diferente de ésta yace en ciertos aspectos indestructibles en su naturaleza. Véanlo así: toda crisis produce una dinámica por la cual los excesos en el sistema se eliminan, se purgan. Y eso, al igual que lo que sucede en el cuerpo humano, forma parte del proceso de curación. En economía estas purgas se llaman “bancarrotas”. Pues bien —y obviando el hecho de que éstas han sido declaradas ilegales en el sistema bancario—, la aparición de una serie de derivados financieros, entre éstos los CDS (Credit Default Swap), no sólo mantiene intacta la deuda original sino que la multiplica varias veces. La empresa ABC, entonces, puede quebrar e incumplir con el pago del principal en su emisión de deuda, digamos, unos $10 millones, pero para todos los bancos de inversión, hedge funds y aseguradoras que hicieron plata vendiendo estos CDS, la deuda original —que pudo haber sido multiplicada equis veces— sigue en pie, vigente. Esa deuda, cual zombi, no desaparece del sistema. ¿Y a cuánto llega el tamaño de este mercado de CDS? A unos 60 trillones de dólares, el mismo tamaño de la economía global —y aún nos queda un largo paseo por el mundillo oscuro e incomprensible de todos los otros derivados, que juntos alcanzan un tamaño que ya supera en 15 veces a la economía global. ¿De dónde salió todo ese dinero que engendró estos monstruos? (Ahora ya entiende por qué esto es demasiado grande para todos los Estados, y por qué podrían estarse jugando su propia existencia.)


Los planes de rescate financiero que han puesto en marcha los gobiernos en Europa y Estados Unidos bien podrían estar condenados al más abyecto fracaso, desde el momento que ninguno de éstos tiene en cuenta algo fundamental: el exceso de deuda en el sistema (estos planes se financian con más deuda pública y más “liquidez” —léase deuda—). Lo último que le hace falta al mundo es precisamente más de lo mismo. Un problema de inundación no se soluciona con más y más agua (¿podrán entender esto los burócratas?). La deuda global combinada, pública y privada, es de unos $100 trillones, que equivale a un 170% de la economía mundial. En Estados Unidos, poco antes del crack del 29, esta deuda ascendía a un 160% del PBI (hoy ya supera el 350%). No hay manera de saber en qué momento se llega a “ese” punto de saturación, de exceso sistémico, pero si el ejemplo de la gota de agua en el Estadio sirve de algo, el verse rodeado de burbujas podría ser una buena señal de la cercanía del final.

Los mercados globales sospechan la magnitud e insolubilidad del problema, y eso los lleva al pánico, a que se cierren. Pero los gobiernos están decididos a que la orgía crediticia siga, y por eso se las ingenian creando uno y otro programa, sacando uno y otro conejo del sombrero, cual Domingo Cavallo, el ex ministro de Economía de Argentina. Sabemos qué pasó con Domingo y sus conejos, ahora sólo nos queda ver qué pasa con los de Uncle Sam y sus amigos.

Ingenuamente creen los gobiernos que sus planes de rescate financiero pueden llevar la calma a los mercados, y deciden entonces “garantizar” los préstamos interbancarios, los depósitos en el sistema y hasta el aire que se respira. Pero ¿se puede garantizar el pago de algo sin los ingresos que lo respalden? Los pasivos de sólo corto plazo de los bancos comerciales en relación al PBI nacional indican que esto no sólo es imposible sino que podría pasar hasta por una broma de muy mal gusto. En Bélgica y Suiza la relación pasivos bancarios de corto plazo y PBI (léase ingreso nacional) es de casi tres a uno; en Islandia es de dos a uno; en Gran Bretaña es de 1.5 a uno; en Italia y Francia de 0.7 a uno, y en Estados Unidos de 0.15 a uno. Esos son los de corto plazo. Súmenle a esto los pasivos de largo plazo y ya se puede ir viendo por dónde viene lo risible de pareja “garantía”. (“The world’s banks could prove too big to fail—or to rescue”, The New York Times, 10/octubre/2008).

Todo lo dicho en nada refleja el fracaso del “libre mercado”. No se puede afirmar que ha fracasado algo que nunca existió. Si algo ha quedado desacreditado, una vez más, es, precisamente, la intervención estatal en los mercados, la participación de los bancos centrales en el mercado monetario y los diez puntos del programa del Manifiesto Comunista de Karl Marx, quien, habiéndolos redactado en 1848, nunca imaginó que uno de éstos podría ser usado posteriormente como factor quintacolumnista en esta crisis financiera de proporciones bíblicas. El Manifiesto busca la destrucción del orden social burgués, el cual, luego de abolida la propiedad privada, será reemplazado por una sociedad sin clases ni Estado. Consta de un preámbulo y cuatro capítulos, uno de los cuales, el segundo —“Proletarios y comunistas”—, formula diez puntos de acción, que, una vez implementados, deben llevar a la transición del capitalismo al comunismo (saltándose en garrocha al socialismo). El punto cinco del Manifiesto es de lo más interesante, no sólo porque es la mejor descripción de las funciones de los quintacolumnistas bancos centrales, sino porque hasta ahora no se cuestiona qué hace esta recomendación comunista en una economía de supuesto libre mercado. “Se debe crear un banco nacional —recomienda Marx— que monopolice la emisión de dinero y centralice el crédito.” Pues bien, se monopolizó la emisión y ahora la crisis lleva a que los Estados se hagan del crédito. ¡Cuán orgulloso estaría Marxie! Su odio visceral por la burguesía lo llevó a buscar el triunfo en la destrucción frontal de ésta, cuando en realidad el triunfo yacía en el trabajo clandestino, en la Quinta columna del general Mola, en el quinto punto de su Manifiesto. But hatred blinds us to virtues

* Director de Estudios Económicos, Datum Internacional, S.A.

viernes, 17 de octubre de 2008

Crisis del Estado regulador

Paul Laurent
De entrada una pregunta: ¿Qué ocurriría si usted decide imprimir billetes en el garaje de su casa o girar cheques sin fondo a diestra y siniestra? ¿Lo intuye, lo sospecha? Ciertamente no esperaría que el gobierno lo indemnice o premie si es que es descubierto. Entonces, si ello no sucede en tal caso, ¿por qué sí acontece cuando el Estado junto con ciertos banqueros y financistas se unen para inundar las calles con dinero sin valor real?
Como a muchos, lo único bueno que me quedó de los años en que García Pérez ejercía su primer mandato (1985-90) fue que aprendí, de una vez y para siempre, que la inflación y la crisis económica suelen ser generadas por la demagogia y la apuesta a corto plazo de los políticos de turno. Palmariamente, la monserga que reza “fiesta para hoy, hambre para mañana”. El mi-mama-me-mima de la economía política. A costas de nuestras flageladas espaldas, García casi lo aprendió (hasta ahora); Bush y los norteamericanos lo olvidaron. Incluido Bill Clinton, el inventor de la expansión crediticia en el campo hipotecario. Sí, la misma que ha originado la mayor crisis financiera desde 1929.
He aquí el punto. Dar crédito a quienes se sabe que no podrán cumplir con su obligación de pagarlo es lo que ha ocasionado este crack mundial. Y ello únicamente es posible porque el Estado (del país más poderoso del orbe) se involucra en las decisiones económicas que se suscitan dentro del a cada instante más internacionalizado mercado. Si éste hubiera operado sin interferencias esta gigantesca contracción monetaria no se hubiera dado, pues ningún banquero suelta dinero sin tener de antemano la total certeza del retorno del mismo. Mas si ese mismo banquero es “invitado” a regalar dinero a cambio de dádivas (todas legales) por parte del tesoro público, entonces el panorama cambia. Así es como la sana codicia se torna en perjudicial.
Tal es lo que provoca la regulación estatal. Los sanos negocios se estropean por esta intromisión. A pesar de la globalización, son los estados los que controlan dentro de sus fronteras los sistemas financieros. A todas luces, ahí no impera el capitalismo, sino el estatismo mercantilista, el mismo que en la actualidad se apodera de bancos y financieras entradas en quiebra por sus propias políticas. ¿Qué hará luego con ellas? ¿Las venderá acaso a los mismos “despojados”?
En un orden auténticamente liberal aquellos hombres de negocios que invirtieron mal tendrían que asumir las consecuencias de sus actos. Si ello los obliga a la quiebra entonces el mercado (el mundo) sabrá lo que le sucede a los que hacen caso de los corruptores cantos de sirena de abundantes ganancias con poco esfuerzo. Pero si no los dejan fracasar entonces la señal que se emitirá será por demás absurda: a pesar de los errores cometidos, igualmente se les premiará (sea con millonarios rescates como con millonarias indemnizaciones). Todo por cuenta de los no precisamente millonarios contribuyentes.
Obviamente, los EE.UU. de esta hora tienen poco o nada que enseñar. Salvo que se le tome como ejemplo a no seguir. Como vemos, lo que antes fue exclusivo patrimonio de economías tercermundistas hoy lo es de la todavía primera potencia del planeta. Una lástima que tengan que ocurrir estas cosas para que se entienda que la alquimia no existe. Realmente no existe. En virtud de ello, los que vociferan que el capitalismo ha muerto cometen una mayúscula inexactitud. Su ojeriza contra el laissez-faire no los deja ver que lo que se tiene por delante es una crisis del Estado interventor antes que del mercado libre. Innegable, lo que éste último puede ofrecer aún está pendiente. Si en su momento el liberalismo triunfó en su pugna en aras de la separación del Estado de la Iglesia, lo que queda por llevar a cabo es el definitivo divorcio del Estado de la economía.
Por lo dicho, es de entender que quienes proclaman la muerte del mercado no se han detenido un solo instante en el significado de sus propias palabras. Si lo hicieran se enterarían que el mercado es la sociedad misma, que es gente que actúa en su día a día, que vive de su propio esfuerzo, que produce, que acumula riqueza. Precisamente lo que ni por asomo se fragua desde el Estado y la política. Exactamente aquél que se arroga la facultad de regular nuestras existencias, de prescribirnos conductas y obsequiarnos “libertades”. El discurso opuesto de Thomas Jefferson y su generación, aquellos que siempre supieron que la sociedad (el mercado) era un concierto de humanas conductas que meramente requerían ausencia de trabas para dar lo mejor de sí.
Justamente esas trabas que provocan falsos bienestares, los que tarde o temprano hacen crisis. Al respecto, he aquí la pregunta de un lego: ¿Alguien ha ido a prisión alguna vez por el crimen de inflar la economía fabricando indiscriminadamente billetes o expendiendo “generosamente” el crédito? ¿Se conoce algún caso? Verdad que no, entonces ya es hora de exigir la igualdad de derechos. Los falsificadores de riqueza no sólo están en los extramuros de la administración pública, también (o sobre todo) están dentro, y actúan con la ley en la mano. Antes que sobrevenga más disparates, quitémosle esa ley y sometámoslos a nuestros derechos. Ya es tiempo de frenar la impunidad de esta especie de antisociales. Que la economía fluya sola, esa es la mejor forma de apartar connivencias y evitar futuras crisis.

martes, 7 de octubre de 2008

LEVIATAN EUROPEO ENRUMBA POR EL CAMINO DE LA RUPTURA MONETARIA

Charles Philbrook*

7/10/2008


Una de las dos causas de esta crisis (no una ni tres), afirma la izquierda económica, se encuentra en la desregulación del sistema financiero que Ronald Reagan, ex presidente norteamericano, emprendió en los ochenta —siendo la otra el capitalismo en sí—. Sin embargo, como todo lo que viene de aquel lado del espectro ideológico debe ser cuestionado (después de todo, no son pocos los socialistas que aún creen en las barbaridades de Fourier, como que la abolición de la propiedad privada llevará a la inmortalidad del hombre y a convertir en limonada el agua salada de mar), la primera observación podría ser la siguiente: si en la desregulación yace una de las causas de esta crisis, por qué a mayor regulación mayores parecen ser los problemas. La banca europea —como se verá líneas abajo— se encuentra en peor situación que la norteamericana, y la banca china enfrenta un potencialmente peor escenario que el europeo. (Standard & Poor calcula que la cartera pesada del sistema bancario chino podría alcanzar un monto total equivalente al 50% del PBI nominal.) Y aun dándoles el beneficio de la duda a estos discípulos de Fourier, si todo el caos financiero fuese consecuencia de una insuficiente regulación, ¿cómo explicar, entonces, el rotundo fracaso del experimento soviético, donde todo era controlado, hasta el aire que se respiraba?

“Dadme una palanca…”

Ahora bien, nada de lo dicho hasta el momento tiene sentido si no se explica en qué consiste el “apalancamiento financiero”, y cómo éste tiene agarrado del cogote al mundo. Veamos: todo banco, por cada dólar de patrimonio (o pesos o la unidad monetaria que se elija), puede crear diez dólares en activos, en préstamos. Esta relación de diez a uno, entre los activos y el patrimonio, es el apalancamiento. Y esta relación se rompe cuando se dan pérdidas en el patrimonio o en el valor de los activos. Supongamos, entonces, que el banco ABC tiene un millón de dólares en patrimonio y diez millones en activos, y que la tasa de interés que paga por depósitos es 5% mientras que la tasa que cobra por sus préstamos es 9%. Esta diferencia de 4% entre una y otra tasa es el “spread”, que multiplicado por los diez millones en activos le genera al banco una utilidad de 400,000 dólares. Pues bien, supongamos ahora que ABC tiene una pérdida de 500,000 dólares, la cual borra sus utilidades y reduce su patrimonio en 100,000 dólares. Esta pérdida patrimonial implica que, a fin de mantener el apalancamiento financiero en su nivel inicial (por razones de regulación), los activos (los préstamos) se deben reducir en un millón de dólares (diez veces la pérdida). Si la reducción crediticia es grande la economía entra en recesión, y si es gigantesca —como que todo apunta hacia eso—, el cuerpo económico entra en convulsiones que acaban en síncope…, y a eso se le sigue llamando ‘depresión’.



Son dos, entonces, los problemas que enfrentan los bancos europeos: el nivel de apalancamiento —con su correlato crediticio— y el tamaño sobredimensionado de éstos en relación a sus países de origen. Tres de los bancos más grandes, Deutsche Bank, Barclays y UBS, cuentan con ratios de apalancamiento de 83, 42 y 48 a uno, respectivamente. Esto implica que si el valor de los activos en cualquiera de estos bancos cayera en “sólo” 2%, el patrimonio se reduciría a cero (quebrados). Rápidamente tendrían que ver la manera de realizar aportes de capital, reducir sus colocaciones u obtener alguna forma de rescate financiero en su país de origen. Pero esto último queda descartado desde el momento que son demasiado grandes en relación a éstos. Los pasivos de Deutsche Bank, por ejemplo, equivalen a un 80% del PBI alemán. Los de Fortis, a un 200% del PBI belga. Y Barclays, un gigante inglés, tampoco se queda atrás, con pasivos que alcanzan el 100% de la economía inglesa. Queda claro que cualquier rescate debe venir, o por el lado del Banco Central Europeo (BCE), o por una asociación de países. El BCE, sin embargo, de acuerdo al Tratado de Maastricht, está prohibido de participar en rescate financiero alguno, y la segunda opción sólo es viable siempre y cuando el contribuyente alemán esté dispuesto a tirarle un salvavidas al contribuyente inglés, o el francés al belga, o el español al portugués. (O que los cinco últimos se tiren al primero —pero eso ya escapa a los alcances del rescate—.)



Si esta crisis fuera un partido de fútbol estaríamos en los cincos minutos del primer tiempo. ¡Cinco minutos! Y ya el Leviatán europeo (el gran Estado) ha corrido y sudado como si quedaran cinco minutos para que acabe. Esta semana, Alemania se vio en la necesidad de asistir con un tanque de oxígeno, en el campo de juego, a su jugador estrella, el banco hipotecario Hypo Real Estate; Bélgica, Holanda y Luxemburgo tuvieron que prestarse ese mismo tanque para ayudar a Fortis y Dexia; Islandia, también, con Glitnir Bank (el caso islandés sí que es crítico: los pasivos de sus tres bancos más grandes equivalen a un 800% de su PBI). E Inglaterra tuvo que retirar (léase nacionalizar) del campo a Bradford & Bingley, un banco hipotecario. Los europeos, todo parece indicar, están entrando en verdadero pánico. Y a tanto debe llegar que Irlanda se vio obligada a asegurar todos los depósitos del sistema bancario (un 200% del PBI), algo que los estatutos fundacionales del BCE no permiten, y algo que lleva a la siguiente observación: ¿se puede llegar a un punto en esta crisis en el que no haya quién rescate a los rescatistas?



Como decía, esta crisis se encuentra en sus inicios, pero ya Europa tiembla… ¿Saben algo los burócratas en Estrasburgo o Frankfurt que el común de los mortales ignora? Sí, y podría ser esto: según el Fondo Monetario Internacional las inversiones inmobiliarias de los bancos europeos en los Estados Unidos equivalen a 75 centavos por cada dólar invertido por sus pares norteamericanos. A este riesgo, súmenle el de haber invertido en el sector inmobiliario europeo, que, según algunos medios, alcanzó niveles de especulación y ‘exuberancia irracional’ sólo superada por la tulipmanía, en la primera mitad del siglo XVII. Y sigan sumando: se sabe que el punto máximo del ciclo inmobiliario norteamericano se adelanta en unos dos años al europeo (y ya se cumplió el tiempo). También se sabe que en los últimos diez años el índice real del sector vivienda en los Estados Unidos se disparó un 50%, pero lo hizo en un 155% en Inglaterra, un 122% en España, un 92% en Francia y un 70%, en promedio, en los demás países industrializados. (“Will housing boom outside U.S. soon go bust?”, Wall Street Journal, 27/setiembre/2007).



Si la naturaleza de esta crisis se redujera a un simplón tema regulatorio, ¿qué explica la situación en la que se encuentran los bancos europeos y chinos? Y si todo se redujera a un mucho mayor control de la economía y del sistema capitalista, ¿por qué colapsó el comunismo? Por último, si Europa se encuentra en una mejor posición social, política y económica que los Estados Unidos —como aducen los de la izquierda bohemia—, ¿por qué entonces, en los últimos meses, y desde que se profundiza la crisis, el euro se desploma, literalmente, en relación al dólar? ¿Por qué entonces el euro empieza a gritar “ruptura” en diferentes idiomas? Grita ruptura porque la viabilidad de cualquier moneda fiduciaria nace de la confianza que la gente tenga en ésta. Si pierde la confianza el mercado rápidamente le encuentra un reemplazo. Esto es precisamente lo que en forma embrionaria pareciera estarse gestando en Europa. Cada país que comparte el euro lo imprime dependiendo del tamaño de su economía en la región. El número de serie de cada uno de estos billetes viene precedido por una letra que indica el país de origen. Pues bien, los alemanes han comenzado a rechazar euros de procedencia española, italiana, griega y portuguesa. (“Support for euro in doubt as germans reject latin bloc notes”, The Telegraph (Londres), 13/junio/2008). Y esta posible ruptura monetaria se ve reflejada en el mercado de deuda pública, en el diferencial en tasas en relación a los Bonos del Tesoro alemán a diez años, el German Bund. En los últimos cinco años el spread promedio en los bonos españoles, italianos, griegos y portugueses, en relación al alemán, era de 0.15%. Súbitamente, y desde que se manifiesta la crisis en agosto del año pasado, este spread ha ido aumentando, y hoy ya supera el 0.85%. Podrá parecer una variación insignificante, pero para quienes conocen algo de la dinámica en el mercado de deuda gubernamental, esto equivale a un terremoto en la escala 7 de Richter. Para algunos, podrá parecer un sismo más, pero para otros que valoran la vida, probablemente, sea la hora de empezar a correr. Podrá ser o no el comienzo del fin del euro, quién sabe, pero sí es el fin del comienzo del gran Leviatán europeo. You can bet on that horse!


(*) Colaborador de ILE

domingo, 3 de agosto de 2008

Transparencia en las industrias extractivas y la "maldición de los recursos naturales"

Por: Terry Lynn Karl
“El petróleo es el excremento del diablo” , me comentó hace casi treinta años Juan Pablo Pérez Alfonso, insigne venezolano, y uno de los fundadores de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). En realidad, el petróleo es solo un material negro y viscoso, que en nuestras manos no se asemeja a esta imagen. Sin embargo, él anticipó lo que hoy conocemos como la “maldición de los recursos naturales”, o “la paradoja de la abundancia”. Se refiere al hecho de que la mayoría de Estados que dependen de los ingresos generados por la exportación de petróleo o minerales, se encuentran económicamente inestables, corruptos y conflictivos. Asimismo, la mayoría tiene indicadores sociales excepcionalmente pobres en relación con sus ingresos per cápita, ya sea en el Medio Oriente, Asia, África o América Latina.

Aunque son diversos factores que explican esta “maldición”, la falta de transparencia en las industrias extractivas es un punto de partida importante. Estas actividades se ubican entre las más lucrativas del mundo, pero también entre las menos transparentes. La mayoría de empresas en estos sectores no publica lo que paga a los gobiernos, y la mayoría de los Estados exportadores no revela lo que recibe ni lo que gasta. Esto significa que grandes cantidades de dinero son virtualmente imposibles de fiscalizar –la receta perfecta para la corrupción y el despilfarro–. Tal como un Ministro de Finanzas de la OPEP me comentó: “La gente roba porque sería loco no hacerlo”. Por esta razón, la corrupción en los países exportadores de petróleo es notablemente mayor que el promedio mundial. Esta corrupción, a su vez, aumenta los costos de transacción para hacer negocios, influye negativamente en el nivel de inversión extranjera directa, reduce la productividad del gasto y afecta a las decisiones de inversión en forma perversa.

Donde no hay fiscalización, los gobernantes distribuyen las rentas a sus amigos, aliados, tribus y partidos, en lugar de buscar fórmulas de redistribución para reducir la pobreza y la desigualdad. A pesar de las grandes sumas de petrodólares que entran al tesoro público (o debido a ellas), el ingreso per cápita en los países de la OPEP ha caído constantemente durante los últimos treinta años; mientras que el ingreso per cápita en los países en desarrollo que no producen petróleo ha aumentado. Hoy, más de un tercio de los países que dependen del petróleo, al menos para el 30% de sus ingresos, tiene ingresos per cápita debajo de los US$ 1.500. Como se dice, son “oil rich but dirt poor”. Asimismo, la dependencia de las rentas petroleras está asociada con mayores gastos militares y la creación de enormes aparatos represivos, generalmente apoyados por las superpotencias interesadas en proteger su acceso a estos recursos.

La falta de transparencia también contribuye en forma negativa a la volatilidad de los precios, especialmente los de petróleo pero también los de minerales. Hoy la información disponible para las empresas, los países y los traders es tan pobre, que las respuestas pueden tener poca relación con los fundamentos del mercado. Al contrario, los saltos de precio tienden a ocurrir como respuesta a una mezcla de rumores, pronósticos incorrectos y miedos geopolíticos. Los países en desarrollo no pueden adoptar políticas económicas y sociales sensatas, en Estados débiles que experimentan fluctuaciones rápidas en su principal fuente de ingresos.

La construcción de la transparencia es muy difícil, sin embargo, porque tanto las empresas como los gobiernos tienen un interés de corto plazo en mantener la opacidad. Para las empresas, la confidencialidad influye en la manera de reportar costos e informar sus ganancias a los gobiernos, en los impuestos que deben pagar, la posibilidad de ofrecer bonos o pagos extraordinarios para aumentar su ventaja comparativa frente a otras empresas, y los estándares de seguridad y ambientales que deben o no deben cumplir. Para los gobiernos, la opacidad también afecta el tipo de contratos que pueden hacer y si los ingresos son detectables o no. Además, los líderes en los países exportadores reciben ventajas políticas de un Estado opaco, que pueden convertir en un “honey pot” o botín, distribuyendo la riqueza mediante redes de clientela civiles y militares. Esta situación no se limita a los países mas “calientes”, como Irak, Sudan, Chad, Nigeria o Colombia, sino también a otros con serias fisuras internas, como Venezuela, Ecuador, Azerbaiján, Irán, Arabia Saudita y Rusia.

Esta ventaja política, además, tiene un mayor costo a largo plazo. Vivir de estas rentas tiende a ser un obstáculo para la construcción de un Estado eficaz y una democracia duradera. Históricamente, la construcción de sistemas tributarios ha sido el principal medio para forjar Estados capaces y legítimos. Al tener que recaudar recursos de su propia población, y negociar con diversos grupos sociales, se establecen contratos sociales e instituciones públicas eficientes. Asimismo, la tributación fomenta el flujo de información entre gobernantes y gobernados, y las demandas para la representación y fiscalización. En cambio, vivir de las rentas de los recursos naturales y no de los impuestos, les niega a los líderes estos incentivos para el buen gobierno, mientras que construyen sus bases de apoyo en el reparto arbitrario de la bonanza. Esta no es una formula viable para el desarrollo, cuando las poblaciones están creciendo y la volatilidad de precios se acelera.

Algunos países exportadores de petróleo y minerales tuvieron la suerte de construir instituciones políticas eficaces antes del descubrimiento de estos recursos, como es el caso de Noruega. Con una burocracia estatal fuerte y una democracia vibrante, las nuevas rentas fueron manejadas en ese país en forma estricta y transparente, para dirigir el gasto social hacia los más pobres y fortalecer al sistema educativo. Sin embargo, la mayoría de los exportadores de petróleo tiene un problema de secuencia: la construcción de un Estado moderno ha sido simultánea o posterior a la explotación de estos recursos. Con rentas altas, no tienen incentivos para negociar contratos sociales ni construir instituciones eficaces. Como muchos investigadores han señalado, el buen gobierno, la transparencia y la participación son prerrequisitos para la utilización efectiva de las rentas petroleras para reducir la pobreza y el conflicto social, no al revés. Esta es la esencia de la “paradoja de la abundancia” –es más fácil y rápido construir un oleoducto, que un Estado eficiente y representativo–.

Que hay una creciente convergencia hoy alrededor de la transparencia, es indudable. Motivado por los escándalos energéticos de alto perfil, la posibilidad de resultados devastadores en los nuevos exportadores de África Occidental, y las preocupaciones mundiales sobre el precio y la oferta futura del petróleo, los países y las compañías sienten cada vez más presión para cambiar sus prácticas. Han surgido esfuerzos como la Iniciativa para la Transparencia en las Industrias Extractivas (EITI), promovido por el Gobierno británico, el Banco Mundial y otras entidades (y a la cual está suscrita el Perú); y la campaña Publish What You Pay, promovida por una coalición mundial de ONG –que incluye a Catholic Relief Services, Save the Children y Transparency International– y por el financista George Soros.

Sin embargo, las empresas interesadas en la reforma tienen miedo de actuar primero y ser ganadas por otras menos escrupulosas. Por lo tanto, si la transparencia fuera obligatoria –por ejemplo, para todas las empresas extractivas registradas en los Estados Unidos–, esto tendría el efecto doble de eliminar el miedo a ser primero y de nivelar la cancha. Tal medida incluiría a casi todas las multinacionales significativas, tanto de Europa, Rusia, China, India como Brasil. En nuestra opinión, tales medidas son un acompañante imperativo a cualquier campaña de transparencia voluntaria.

Seamos claros. La transparencia en sí no es la solución para la crisis energética y las tremendas amenazas de inestabilidad y guerra que esta implica. Tampoco puede por si sola resolver la “paradoja de la abundancia”. Esto requiere un esfuerzo coordinado de todos los stakeholders –empresas, gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y ONG transnacionales– para diseñar nuevas leyes y prácticas que rigen el sector extractivo, y para redistribuir los recursos generados hacía el bienestar social. Si esto no ocurre, si estos recursos no se manejan en forma más eficiente y progresiva, se perjudicarán las vidas de millones de personas, la estabilidad de los mercados, la salud de nuestro planeta y las posibilidades para la paz. Así, lamentablemente, el ilustre Juan Pablo Pérez tendría razón.
También puede leerlo en:
http://www.puntodeequilibrio.com.pe/punto_equilibrio/01i.php?pantalla=noticia&id=15666&bolnum_key=25&serv_key=2100

jueves, 24 de julio de 2008

EL ORIGEN DE LA ACTUAL CRISIS FINANCIERA INTERNACIONAL

Charles Philbrook*

LIMA, PERU - Julio 24, 2008 - El mundo va hacia una gran crisis financiera cuyas consecuencias en la producción y el empleo ya empiezan a sentirse en economías desarrolladas y emergentes, en Asia, Europa y América Latina. Todo indica que esta vez no hay nada que los bancos centrales puedan hacer, pues, o salvan a los mercados financieros del precipicio al que los han llevado -pero dejan que el alza en los precios se desboque- o acaban con esta alza -subiendo las tasas de interés-, y estoicamente contemplan cómo estos mercados se despeñan. El mundo, queda claro, se encuentra entre dos grandes peligros, dos monstruos, Escila y Caribdis, de forma que si nos alejamos de uno nos acercamos al otro. Pero ¿cómo se llega a esta situación?

Quienes ven pasar el mundo desde la rive gauche encuentran en esta crisis una prueba más, una indudable prueba más, de que su origen yace en una 'falla de mercado'. Nada, sin embargo, más alejado de la verdad, porque como irán descubriendo, a medida que avancen en la lectura, todo este desbarajuste financiero tiene su origen en una 'falla de gobierno' (que las hay, y muchas). Cada vez que un gobierno interviene en la actividad económica estableciendo o fijando el precio de tal o cual producto, se presentan dos escenarios posibles: o hay escasez, es decir, exceso de demanda (a la que se llega cuando el precio gubernamental se encuentra por debajo del precio al que la libre interacción en el mercado lo llevaría -castigando así a los productores-) o hay sobreoferta (que se da cuando el precio gubernamental se encuentra por encima del precio de mercado -castigando ahora al consumidor-). Una y otra vez, cuando los gobiernos intervienen fijando o controlando precios, se llega inevitablemente a uno de estos dos resultados descritos. Y se llega a esta situación porque únicamente a través de la interacción entre productores y consumidores los mercados 'descubren' ese precio en el que lo que se consume es igual a lo que se produce. No hay manera posible de que los gobiernos tengan acceso a esta información si esa interacción no se ha dado. Pues bien, vayamos directamente a la falla de gobierno. La tasa de interés -que algunos desinformados economistas definen como 'costo del dinero'- probablemente sea la variable más importante en toda la economía. Y, sin embargo, y siendo la más importante, es la variable que en la mayoría de países sigue siendo arbitraria y centralmente planificada desde el Estado, desde los bancos centrales (¿dónde está el 'libre mercado'?). Cada vez que un banco central fija la tasa de corto plazo (que influye en las de largo plazo) por debajo de la wickselliana tasa natural de mercado, en la que el ahorro y la inversión se encuentran en igual nivel, se incentiva la inversión pero se castiga el ahorro. De igual manera, cuando arbitrariamente se fija ésta por encima de la tasa de mercado, se incentiva el ahorro y se reduce el nivel de inversión. Hasta aquí uno puede fácilmente argüir que es bueno que aumente la inversión porque esto lleva a una mayor producción y a un mayor nivel de empleo. Éste, sin embargo, es un enfoque equivocado, porque si una 'artificialmente' baja tasa de interés aumenta la inversión a costa de un menor ahorro, ¿cómo o 'quién' cubre ese diferencial? Ese diferencial, como podrán intuir, debe de salir de algún lado, y ya que no sale de este último ni sale de una mayor producción (que todavía no se ha llevado a cabo), sólo puede salir del monopolista central del dinero que lo crea literalmente del aire, ex nihilo, de la nada. Esta artificial expansión del dinero y el crédito, que no tiene un soporte sólido ya que no está basado en un mayor ahorro, es la causa del ciclo económico, es la razón principal por la que las economías experimentan periodos de auge y recesión, y es la sílaba decisiva que siempre le faltó a esa charada teórica que siempre fue el marxismo. La sobreinversión y posterior colapso de los márgenes en las utilidades corporativas, que Marx atribuía a fallas 'inherentes' al capitalismo, en realidad, eran y siguen siendo fallas inherentes a la institución monetaria de la banca central

Leer más en:
http://www.ileperu.org/contenido/articulos1/philbrook_cicloecon_bancoscentrales.pdf

domingo, 6 de julio de 2008

Obama, McCain y América Latina

Por Juan Carlos Hidalgo

Juan Carlos Hidalgo es Coordinador de Proyectos para América Latina del Cato Institute.

América Latina finalmente fue tema de discusión en la campaña presidencial estadounidense cuando tanto John McCain como Barack Obama visitaron Miami, uno de los focos de la comunidad hispana en Estados Unidos. Tal como se esperaba, Cuba fue el tema principal de sus discursos, con ambos candidatos renovando el tradicional llamado a luchar por la libertad en la isla. Si tan solo sus propuestas no fueran más de lo mismo.

McCain declaró que él “no esperará pasivamente a que los cubanos lleguen a disfrutar de la libertad y la democracia”, pero su propuesta fue exactamente esa: esperar hasta que el régimen de los Castro repentinamente permita elecciones libres y la existencia de una oposición. McCain prometió mantener la política actual hacia Cuba, como si los casi 50 años de embargo estadounidense hayan arrojado resultado alguno.

La propuesta de Obama con respecto a Cuba es un poco más atrevida, pero no llega a romper el status quo. El candidato demócrata permitiría a los cubano-estadounidenses viajar y enviar remesas a la isla sin ningún tipo de restricción. No obstante, también prometió mantener el embargo y la prohibición de viajes para el grueso de la población estadounidense. Si bien recibir más dinero y visitas de sus parientes ricos en los EE.UU. mejorará las condiciones de vida de muchos cubanos, La Habana continuará tildando al “bloqueo” (como lo llaman) como un acto de agresión por parte de Washington.

El embargo y la prohibición de viajes encajan perfectamente en la estrategia del régimen de los Castro de satanizar a EE.UU., al mantener a sus productos y a su gente lejos de las costas cubanas. Desafortunadamente, poco cambiará en este sentido en un gobierno de McCain u Obama. En particular, resulta irónico que McCain respalde el embargo a Cuba cuando no hace mucho él fue uno de los principales proponentes de normalizar las relaciones comerciales entre EE.UU. y Vietnam, un régimen comunista similarmente represivo que incluso lo encerró y torturó durante años.

No obstante, la visión general de McCain sobre América Latina es mucho mejor que la de Obama. El candidato republicano una vez más insistió en la importancia de los tratados de libre comercio como piedra angular de la relación de Washington con la región. Además, subrayó el papel que juegan los acuerdos comerciales en generar prosperidad y fortalecer las democracias latinoamericanas, y renovó su llamado a aprobar el TLC con Colombia lo antes posible.

Obama, en cambio, aunque varias veces habló de no tratar a la región como un “socio secundario”, ofreció una serie de políticas condescendientes que fortalecen la imagen arrogante de EE.UU. que él dice querer erradicar. Al proponer una “nueva alianza de las Américas” (¿otra?), Obama ofreció salvar a América Latina de sí misma. De acuerdo al candidato demócrata, el populismo y el autoritarismo latinoamericanos son el resultado del fracaso de EE.UU. de no involucrarse lo suficiente en la región. Obama pareciera creer que solamente Washington puede rescatarnos de nuestras propias fallas.

Obama, quien recientemente prometió “perfeccionar” a EE.UU., parece considerarse igualmente capaz de “atacar cada fuente de miedo en las Américas” y a declarar la “libertad de la necesidad” en la región. De ahí su promesa de “aumentar considerablemente” la ayuda extranjera para América Latina, a pesar del récord mediocre del asistencialismo en sacar de la pobreza a los pueblos alrededor del mundo. Si bien los políticos de la región probablemente aplaudan el ofrecimiento, darles ayuda externa a los gobiernos en lugar de promover acuerdos comerciales que benefician directamente a sus ciudadanos acentúa la percepción de de que EE.UU. ve a los latinoamericanos como “parientes pobres” en vez de iguales.

Más preocupante aún es la receta de Obama contra el tráfico de drogas. El candidato demócrata promete intensificar la participación estadounidense en la región, y brindar más recursos a los gobiernos a cambio de “puntos de referencia claros en cuanto a capturas de droga, procesamientos de demandas de corrupción, reducción de la delincuencia, y la cantidad de jefes de carteles capturados”. La imposición de “puntos de referencia” sobre gobiernos soberanos es inconsistente con la promesa de Obama de “respeto mutuo” entre EE.UU. y América Latina.

Se ha hablado mucho sobre cómo América Latina ha sido ignorada durante la administración Bush y que, como resultado, necesitamos un mayor involucramiento de Washington en la región. Esto es simplemente falso. La prosperidad y la democracia dependen en última instancia de los mismos latinoamericanos y las políticas que implementemos. EE.UU. puede ayudar fortaleciendo los lazos comerciales entre ambos lados, no dando limosnas. McCain parece entender esto. Obama todavía no.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universal (México) el 14 de junio de 2008.

LOS PRECIOS DEL PETROLEO Y LOS SUBSIDIOS

Por Manuel Hinds

ExMinistro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006). La semana pasada vimos cómo los precios reales de la comida, aunque han subido muchísimo con respecto a hace uno o dos años atrás, no han alcanzado, ni con mucho, los niveles más altos de los últimos cincuenta años, que para esos productos se dieron alrededor de 1974. Los precios reales, es conveniente recordar, son los precios corrientes divididos por el nivel de precio general de la economía, de tal forma que se neutraliza el efecto de la inflación general en los precios. Comparando el comportamiento de los precios reales de un promedio de 19 productos comestibles con los precios reales del petróleo y del oro vemos que la historia de los precios reales del petróleo y del oro, los dos productos primarios que se han apreciado más en los últimos años, ha sido muy diferente de la de los precios de la comida. El precio real del petróleo en mayo de 2008 ha excedido ampliamente el récord que había alcanzado en diciembre de 1979. Ahora es 22 por ciento más alto que ese récord ya superado y está aumentando muy rápidamente. Por su parte, el oro ha seguido con un retraso de unos meses la trayectoria de los precios del petróleo, de forma que aunque todavía no alcanza los niveles récord que alcanzó en enero de 1980, es muy probable que los alcance en unos dos o tres meses si las tendencias siguen iguales. Los precios de la comida, en cambio, apenas llegan alrededor de 44 por ciento del nivel récord que alcanzaron en 1974 y se están incrementando a una tasa mucho más baja que las que mueven al oro y al petróleo. Esto demuestra que, aunque debe prestarse gran atención al problema del costo de los alimentos, es también crucial prestar atención a los problemas que el costo del petróleo está causando a los salvadoreños. Como en el caso de la comida, el aumento de los precios del petróleo (y particularmente su impacto en el costo del transporte), está forzando a las personas a reducir su consumo de otras cosas para poder pagar el costo creciente del combustible. Para alguna gente lo que tienen que sacrificar es fácil de prescindir. Para otros es un consumo indispensable o una inversión también indispensable, como es el caso de las familias que tienen que dejar de mandar a sus hijos a la escuela. Como todo el mundo dice, en este momento el poder del Estado debe volcarse a proteger ese consumo e inversión indispensables. Dentro de los múltiples problemas que esto plantea, hay dos que merecen una discusión inmediata. El primero es reducir el precio de los tiquetes del transporte público a través de una reducción drástica del número de buses en circulación, una solución planteada por muchos expertos en la materia que no se ha llevado a cabo porque muchos políticos son dueños de buses. El otro problema es la necesidad de acumular recursos para luego trasladarlos en subsidios focalizados a los más necesitados. La fuente más inmediata de recursos que tiene el gobierno es reducir los gastos en otras actividades menos importantes para redirigirlos hacia estos subsidios focalizados. Estos gastos, por supuesto, no deben de reducirse en rubros indispensables como educación, salud o seguridad. Los filones más grandes que hay que reducir son los gastos de propaganda y los subsidios que se dirigen no a los más pobres sino a los consumidores en general, que incluyen los subsidios al gas, la electricidad y otros que van a gente que no necesita los subsidios. Estos subsidios son tan grandes que recientemente Fusades y el PNUD advirtieron que no son sostenibles. Será necesario, entonces, reducirlos por dos razones: para ahorrar en el gasto y para redirigirlos a donde se necesitan más urgentemente. Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 6 de junio de 2008.

Qué hacer con el cambio climático

Resumen
La evaluación rápida patrocinada por el Reino Unido sobre las consecuencias mundiales del cambio climático (un gran aporte al tan anunciado Informe Stern sobre la economía del cambio climático), indica en líneas generales que, hasta el año 2100 la contribución del cambio climático a las amenazas para la salud humana y el medio ambiente se verá eclipsada por factores no relacionados con este. Por lo tanto, es improbable que sea el principal problema ambiental del mundo en el siglo XXI.
El análisis a partir del Informe Stern y de la evaluación rápida revela que, a pesar del cambio climático, en el futuro próximo, el bienestar humano y ambiental será mayor en un escenario “más rico pero más caluroso” y menor en escenarios de mayor pobreza (con menos carbono). Se espera que el bienestar futuro del mundo en desarrollo supere varias veces los niveles actuales en todos los escenarios; incluso, que supere el bienestar presente del mundo desarrollado en todos los escenarios excepto en el de mayor pobreza. Por ello, no resultan convincentes los argumentos basados en la equidad, que sostienen que las generaciones presentes deben desviar recursos escasos de los problemas urgentes para resolver aquellos potenciales de las futuras generaciones más ricas.
Frenar el cambio climático reduciría la mortalidad acumulada causada por diversos peligros relacionados con el clima, como el hambre, el paludismo y las inundaciones costeras, entre un 4% y un 10% para el año 2085, al mismo tiempo que incrementaría las poblaciones en riesgo de estrés hídrico y, posiblemente, complicaría la situación en lo que respecta a la biodiversidad. No obstante, según la información sobre costos del Programa del Milenio de las Naciones Unidas y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés), las medidas orientadas específicamente a disminuir la vulnerabilidad a estos peligros reducirían la mortalidad acumulada causada por ellos entre un 50% y un 75% a un costo mucho menor que el de restringir los gases de efecto invernadero (GEI). Simultáneamente, esas medidas reducirían los principales obstáculos para el desarrollo económico sostenible del mundo en desarrollo. La falta de este es la razón por la cual esta parte del mundo es tan vulnerable al cambio climático.
La mejor manera que tiene el mundo de combatir el cambio climático y promover el bienestar, en especial el de las poblaciones más expuestas, es reducir las vulnerabilidades actuales a problemas relacionados con el clima que podrían exacerbarse por el cambio climático, en lugar de restringir los GEI en forma muy dráसतीचा
Para mayor detalla visitar la siguiente página, http://www.elcato.org/node/3419

miércoles, 28 de mayo de 2008

EL CENTRALISMO LATINOAMERICANO Y EL DESAFÍO REGIONALISTA

Por Diego José Benavente Millan

Los regionalismos, las regiones y sus gentes, en estos tiempos, están asumiendo roles cada vez más destacados en nuestros países, gracias a herramientas tecnológicas como la Internet, que incluso ha hecho posible el contactarnos sin conocernos previamente o físicamente, entre lugares tan distantes como Arequipa, Perú y Temuco, Chile, lugar este último, desde donde escribo estas letras gracias a los contactos establecidos a través del cyberespacio entre entusiastas regionalistas de ambas ciudades. En nuestro intercambio de experiencias hemos podido comprobar las grandes similitudes que viven nuestras sociedades en cuanto a los males que nos aquejan y al proceso que explica el donde nos encontramos.
Las semejanzas en la evolución económico-política y de ocupación territorial, que han experimentado nuestro países en América Latina, provienen en gran medida de nuestro común origen hispánico, responsable del estilo e institucionalidad política, educacional, religiosa y económica instaurada, donde se generó, como dice el amigo Federal José Antonio Abalos, una conducción fuertemente centrada en las capitales como Santiago o Lima, con una relación de subordinación de las comunidades repartidas en el resto de los territorios. Buscar explicaciones al "mal de muchos, centralismo de todos", extremadamente exacerbado que vivimos los habitantes de la América morena, en nuestras raíces e historia, es un primer paso necesario para reconocer donde subyacen nuestros problemas y poder saber que salió mal. Esto con mayor razón, si se considera lo que Hagen Gleisner en su libro "Centralismo en Latinoamérica y Descentralización en Chile" expresa, "aún hacia 1700, se consideraba que el reino español de América disfrutaba de un bienestar incomparablemente mayor, y que era más poderoso y prometedor que las colonias inglesas de Norteamérica", lo cual resulta difícil de creer, por decir lo menos, hoy en día, al comparar nuestras realidades. Los regionalistas hacemos bien en buscar las causas de, por ejemplo, el que nuestras grandes capitales acaparen la toma de decisiones a todo nivel y todos los actores relevantes, en el animo de que esto no vuelva a ocurrir más, sin embargo a nuestro juicio, gran parte de la culpa es nuestra, de las gentes de regiones, puesto que en nuestros países, más que autoridades que quieran controlarlo todo, somos un rebaño o tropa de súbditos excesivamente obedientes y pasivos.
Esta costumbre, caricaturizada crudamente con dichos como el "mande", a nuestro entender, nos viene de a una herencia de regímenes y formas de actuar y educar muy jerarquizadas y autoritarias, que no respetan la persona, la participación ni la democracia. Por lo tanto, somos nosotros los llamados a buscar respuestas y soluciones a nuestros problemas, para lo cual en primer lugar debemos empezar a creer en nosotros mismos, así como también simultáneamente buscar las fundamentaciones necesarias en nuestros orígenes. En alguna medida, encontramos explicación a nuestro centralismo, en las palabras del historiador Guillermo Fernandez Stevenson cuando expresa certeramente, "la conquista fue estrictamente centralizada y dirigida por el rey a través de su aparato administrativo, nadie llegaba con el propósito de tomar decisiones, sino para obedecer las que ya estaban tomadas." (El Extravío Histórico Chileno). Esta mentalidad de corte centralista, donde nadie esta dispuesto a tomar decisiones que puedan posteriormente ser revocadas por la administración central, se repite hasta nuestros días, entre la capital y las regiones, al igual como ocurría entre la corona y las colonias, hace más de 400 años. Algo similar se aprecia en la economía, al ver como cada vez más las empresas migran hacia las grandes ciudades, donde las regiones, salvo condiciones de excepción, no pueden competir con los grandes mercados capitalinos, lo cual no es más que una conducta de dominio central aprendida que se ha impuesto en base a franquicias determinadas y sin generar por parte de los políticos las medidas correctivas que la reparen. Todo esto ya lo describía Adam Smith en 1776 con respecto a la actitud de la corona española con sus colonias cuando expresaba, "una vez realizados los asentamientos y cuando por su volumen atrajeron la atención de la Metrópoli, las primeras leyes que esta dictó con referencia a aquellas tuvieron siempre la finalidad de asegurarse para si misma el monopolio de su comercio, de limitar su mercado y de ensanchar el suyo propio a expensas de las colonias es decir, desalentar el curso de su prosperidad mas bien que apresurarla y hacerla avanzar", de tal palo tal astilla. El problema se agrava aun más, cuando se piensa en los sistemas políticos y sus actores, responsables principales de la forma de organizarnos como países, los cuales no han sido capaces de dar a nuestras naciones las herramientas y el estilo que nos permitan un desarrollo equitativo para cada uno de sus territorios. Estos actores incluso no han sido capaces de dar una imagen que prestigie la actividad política, si se analiza lo expresado por un estudio del National Democratic Institute for International Affairs - NDI efectuado durante el año 95 en países como México, Salvador, Colombia, Perú, Chile y Argentina, el cual revela un notable rechazo social a los partidos políticos, donde además se pudo captar una opinión mayoritaria, en el sentido que, "los políticos generan sentimientos de desconfianza asociados con ineficacia, corrupción, falta de ejemplaridad y de transparencia e insensibilidad social." Es decir, la centralización no sólo perjudica a las regiones, sino además consigue dañar las principales estructuras e instrumentos del poder político en el actual orden de cosas, al hacerlas ineficaces desde el punto de vista de las comunidades, para resolver los problemas de la gente, en especial de los mas aislados y desfavorecidos.
Por otro lado y como lo describió Uta Hashagen, para nuestro último boletín Onda MAR (Mundo Acción Regional), actualmente y cada vez más, la democracia, la libertad, las posibilidades de consumo y las aspiraciones para una realización personal no se viven ya en torno a dos o tres ideas eje, confesiones, modas, tendencias u objetivos socialmente masivos. La diferenciación y la tolerancia a las diferencias, y la expresión del individuo junto a otros pocos de intereses similares, va dando origen a una sociedad de grupos diferenciados. Paradojalmente la globalización del planeta no genera una gran masa planetaria, sino una multiplicidad de grupos humanos cuyos miembros pueden estar físicamente distantes, pero gracias a telecomunicaciones modernas como Internet virtualmente muy próximos. Y esto constituye una oportunidad sin precedentes de desarrollo de liderazgo en iniciativas de orden social y político y de establecer relaciones sólidas y de largo alcance entre los grupos afines, por ejemplo en el contexto de la descentralización y el regionalismo. De una vez por todas tenemos que convencernos que somos las gentes de regiones los responsables de hacer el gran cambio o la diferencia, es nuestra responsabilidad asumir el desafío del desarrollo territorial autónomo y exigir lo que nos corresponde, juntos somos siempre más aunque no estemos cerca.

lunes, 26 de mayo de 2008

Precio del petróleo desafía al abismo

Charles Philbrook

Uno de los más interesantes libros que sobre el tema de los commodities se haya escrito en los últimos años es, ciertamente, Hot Commodities, de Jim Rogers, co-fundador del Quantum Fund junto a George Soros. Sus doscientas y tantas páginas de bien hilvanados temas se leen fácilmente y dejan un mar de información en el camino. La tesis central gira en torno a que el mundo se encuentra en un extendido superciclo económico —que puede durar otros diez años—, y uno que está sustentado en el crecimiento económico y mayor demanda de materias primas por parte de los países emergentes, principalmente China. El libro tiene todo, menos algo: no hay una sola página que se le dedique al papel que ha jugado y sigue jugando, en la evolución en el precio de los commodities, la masiva cantidad de dinero con la que los bancos centrales empezaron a inundar los mercados financieros desde, aproximadamente, 1998. (No es ninguna casualidad que el precio nominal de los dos tipos de oro, el negro y el amarillo, haya empezado su largo ascenso un año después, en 1999, luego de haber entrado en caída libre en 1980, y que se haya más que triplicado desde entonces. La casualidad juega un rol determinante en la astrología, pero ninguno —que pueda ser demostrado— en la economía).

En el muy largo plazo, sin embargo, los commodities industriales (con los que se construyen cosas, como el cobre, el titanio o el níquel) presentan retornos reales a la inversión negativa. Y el petróleo no se queda muy atrás: según Charles Dumas, estratega global de Lombard Street Research, en los últimos 150 años el retorno a la inversión en crudo, una vez descontada la inflación, ha sido nulo, cero, inexistente [“Are commodities a bubble ready to burst?”, The Telegraph (Londres), 18/diciembre/2007].

Las dos grandes guerras del siglo pasado aumentaron dramáticamente la demanda por commodities industriales, y una vez acabado el conflicto el precio de éstos continuó con su predestinado rumbo, cuesta abajo. Y si la historia de estos commodities es una historia con trayectoria descendente, la del petróleo es una con trayectoria lateral, hacia los lados. El nacimiento corporativo de Standard Oil, en 1865, llevó la industrialización del proceso productivo al sector de los hidrocarburos. Y con la industrialización, los precios del crudo comenzaron a desplomarse, desde los $120 en 1870 hasta los $25 en 1873. Durante cien años (hasta 1973), un 80% de la distribución estadística de estos precios fluctuaba entre los $20 y los $10 (en dólares de hoy). Pero en 1973 y 1979, dos eventos, uno monetario y otro político, acabaron con el sopor en este mercado: en 1973, el sistema monetario de Bretton Woods colapsó, y las diferentes monedas globales pasaron de tener un tipo de cambio fijo entre éstas a uno flotante. El caos empezó a reinar. Y sólo cuando a esto último se le añade la “tercera gran revolución en la historia” —después de la francesa y la bolchevique—, en la cual se depone al sah de Irán y se instaura la República Islámica, la disparada en el precio del crudo cobra sentido. Irán, después de todo, es uno de los principales países productores de la OPEP.

Sin mucha dificultad se podría argüir que estos factores del ayer, rediseñados, revigorizados y aumentados, persisten en el presente y explican la tendencia alcista en el precio. Al caos económico que produce el tipo de cambio flotante entre monedas hay que sumarle el bacanal monetario al que han llevado al mundo los bancos centrales: la liquidez global, medida por la base monetaria de los Estados Unidos más las reservas internacionales de los bancos centrales, ha pasado de crecer, nominalmente, 7% en 1998 a más de 18% el año pasado; es decir, el dinero —o una buena aproximación a éste— crece casi “cuatro” veces más rápido que la producción mundial de bienes y servicios. (¿Guardará esta creciente liquidez alguna relación con el crecimiento parabólico observado en el precio del crudo y los demás commodities?)

Y al exceso de liquidez, una vez más, súmenle esos otros factores, los no monetarios, que esta vez podríamos subdividir en geopolíticos y de producción —igual, por cierto, de importantes—. Veámoslo de la siguiente manera: si el decurso de los años y la sucesión de eventos llevara al mundo a una tercera gran conflagración, ésta, probablemente, tendría como foco el Medio Oriente. Ahora bien, si tenemos en cuenta que un 25% del petróleo que consume el mundo pasa por el (muy estrecho) estrecho de Ormuz —amenazadoramente patrullado por la marina de Ahmadinejad, el presidente de Irán—, y un 60% de las reservas probadas de éste se encuentran en la región —donde el peligro de que surjan nuevas revoluciones islámicas fundamentalistas aumenta con los años—, cualquier pequeño incidente, como es de suponer, sirve para poner presión en este mercado. Con mayor razón aun si se tiene en cuenta que, desde 1990, la capacidad de producción sin usar en este sector, como porcentaje del total, ha fluctuado en algo menos de 5% —su menor nivel desde 1975—. Uno último, y sin el cual todo análisis que se haga de la economía global quedaría incompleto, es el relacionado al ‘síndrome de China’ y su impaciente voracidad por commodities industriales, energéticos, agrícolas, etcétera.

En los últimos diez años, la demanda mundial de crudo ha aumentado en algo más de 13 millones de barriles diarios, cinco de los cuales se deben a un mayor consumo en el gigante asiático, es decir, 40% de este consumo adicional. Esto se debe, en gran parte, a los subsidios que Pekín concede y que distorsionan la relación producción-consumo, con lo cual una cada vez mayor demanda sólo puede ser cubierta importando cada vez mayores cantidades. En los últimos cinco años, como establece un informe del Wall Street Journal, la demanda mundial en este sector ha aumentado a una tasa anual de 1.5%, mientras que en China lo ha hecho a una anual de 9%. Sin China —subraya—, la demanda mundial de crudo sería “moderada” [“As oil price sets new high, stress hits developing nations”, The Wall Street Journal, 1/noviembre/2007].

Hay factores monetarios y no monetarios que vienen dándose desde los setenta y que influyen en el precio de este recurso energético, de una u otra manera, en un mayor o menor grado. Por lo tanto —podríamos prematuramente llegar a conjeturar—, eso explicaría lo que pasa en el mercado del crudo, ¿no es así? Pues bien, esta vez, no es así.

Todo inversionista tiene cuatro grandes tipos de “activos” en los cuales puede poner a trabajar su capital: puede hacerlo comprando acciones corporativas o bonos (gubernamentales o corporativos); o puede hacerlo invirtiendo en bienes raíces o en commodities. Históricamente, años de gran rendimiento en cualquiera de estos sectores eran seguidos por años de mínimo o nulo rendimiento. Y más aún: si subía uno de estos sectores caían los otros, pero nunca —como ahora, hasta hace poco— subían todos y mostraban espectaculares retornos al mismo tiempo. Esto es lo atípico de los últimos años, y ‘esto’ es lo que explica por qué sigue disparándose el precio del petróleo y el de otros commodities.

Si uno observa el mercado spot y el mercado de futuros del petróleo verá que a fines de los noventa —y debido a la orgía monetaria— empieza a incubarse el factor fundamental que explica lo que aquí sucede. Desde 1990 hasta el 2002, los precios en el mercado de futuros fluctuaban alrededor de $20 nominales y raramente se desviaban más allá de 10% hacia arriba o hacia abajo. Es decir, la volatilidad o variación en los precios era mínima. El mercado spot, en cambio, presentaba una mayor volatilidad —lo cual es natural—. Pues bien, a comienzos del 2002 algo sucede que produce un cortocircuito en estos mercados. Ese ‘algo’ podría indicar que nos encontramos ante uno de tres escenarios posibles: que el mundo llegó —como afirman algunos especialistas— a la temida era de “peak oil” (o el punto a partir del cual el costo marginal de extraer el recurso aumenta considerablemente); que nos encontramos ante una de las más grandes eras especulativas (y de ahí el título), o una combinación de los puntos anteriores.

En relación al primer punto, uno de los más grandes especialistas en el tema, Nansen G. Saleri, presidente de Quantum Reservoir, y ex jefe de la Gerencia de Administración en Reservas de Saudi Aramco, lo minimiza y afirma categóricamente que “en el mundo hay suficiente petróleo” [“The world has plenty of oil”, The Wall Street Journal, 4/marzo/2008]. Saleri señala que son cuatro los supuestos que hay que tener en cuenta para aceptar o descartar la teoría de ‘peak oil’. Uno de éstos —y el más importante— es el que se refiere a la cantidad del recurso bajo tierra. Sus estimaciones sugieren que habría entre 12 a 16 millones de millones de barriles de petróleo, convencional y no convencional, atrapados en el subsuelo, de los cuales el mundo ya habría consumido un millón de millones, es decir, la catorceava parte si promediamos. “Peak oil”, asevera Saleri, “debería arribar entre los años 2045 y 2067”, y dicho esto da por cerrado cualquier debate (los otros supuestos se basan en un crecimiento promedio anual de la demanda que fluctúa entre cero y dos por ciento, y en el que la industria recupera, en promedio, uno de cada tres barriles de petróleo convencional).

Si no es uno, entonces, queda el otro, el tema especulativo —aunque siempre exista la probabilidad de un escenario intermedio—. Diferentes datos, sin embargo, indican que los actuales niveles de especulación, por parte de inversionistas institucionales (como fondos de pensiones, fondos de cobertura, compañías de seguro, bancos de inversión y fondos mutuos), podrían haber llevado a éste y otros mercados de commodities a un punto sin precedentes en la historia financiera de la humanidad. Esto implicaría que el mundo se encuentra ante la tercera gran ola especulativa de los últimos veinte años — siendo las otras dos la ‘nueva economía’ y la del mercado inmobiliario, también de naturaleza global—.

Un contrato derivado financiero, como su nombre sugiere, deriva su valor de un activo subyacente o de un evento determinado (por ejemplo, las variaciones en las tasas de interés). El valor nocional de un contrato es el valor implícito en éste. En 1998, y según el Bank for International Settlements (el banco central de los bancos centrales), el valor nocional de estos contratos en commodities era algo menos de un millón de millones de dólares (un trillón, en inglés).

Con el paso del tiempo, una cada vez mayor percolación de liquidez por los mercados financieros volvió a insuflar ‘aire’ en las vías respiratorias de los commodities. En consecuencia, los precios spot y futuros empezaron a moverse juntos. Esto, como es de suponer, atrajo mayores inversiones, lo que a su vez siguió influyendo en el precio. Esta dinámica terminó por crear un sistema de ciclo cerrado, por el cual lo que pasaba en A influía en B, que a su vez repercutía en A. Hoy, el valor nocional de los contratos financieros en commodities supera los $13 millones de millones, lo que equivale al Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Es decir, de la casi nada han llegado al casi todo. (¿De dónde salió todo ese dinero? ¿Qué institución tiene el monopolio de la creación de dinero?).

El petróleo, entonces, hace lo único que puede hacer: subir y subir…, en un escenario en el que los niveles de inventario de gasolina y de crudo en los Estados Unidos —en los últimos catorce años en el primer caso y en los últimos dos meses en el segundo—, siguen aumentando. Eso es más que atípico: eso indica algo más, algo que algunos medios ya han empezado a sopesar.

En los últimos meses, la especulación en commodities ya no viene por el lado de los mercados futuros, sino por el lado del mercado spot, con lo cual se crea una demanda ‘artificial’, que no se recicla en el proceso productivo sino que acaba en un almacén. Un cada vez mayor número de fondos de cobertura, hace notar el Financial Times, está dejando de invertir en contratos futuros para poder invertir en el mercado spot, en el commodity físico [“Lex: physical commodities”, Financial Times, 10/octubre/2007]. Buscar controlar a los mercados futuros “arrinconando” a los mercados spot no es nada del otro mundo: la demanda mundial de petróleo llega a los $3 millones de millones, suponiendo un precio spot de $100 y un consumo diario de 83 millones de barriles. Es decir, un fondo institucional que invierta $300,000 millones ya controla el 10% de este mercado —e inflaría la demanda—. O puede comprar tres millones de contratos futuros y con un ‘depósito’ (initial margin, en inglés) de $45,000 millones obtener el mismo resultado. Esta nueva dinámica explicaría por qué este mercado ha pasado, en algo menos de un año, de una situación de “contango” (en la que el precio spot estaba por debajo de la curva de precios de los contratos futuros) a una de “backwardation” (en la que el precio spot está por encima).

Kenneth Boulding, el gran financista, afirmaba que quienes creen que el crecimiento exponencial se puede dar en un mundo finito, o están locos o son economistas. Nada puede crecer por mucho tiempo más rápido que la economía porque, eventualmente, llegaría a ser del tamaño de ésta —lo cual es un imposible—. ¿Estarán al tanto de esto los que vienen inflando con aire el precio de esta sustancia negra y pegajosa? Stay tuned!

ES UN APORTE DE: J. Raúl Choque F.

viernes, 23 de mayo de 2008

¿De dónde viene la inflación latinoamericana?

Juan Carlos Hidalgo

La inflación nuevamente está causando dolores de cabeza en América Latina. En el 2007, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) aumentó en todas menos dos economías latinoamericanas, alcanzando un promedio regional de 8,43 por ciento—casi 2 puntos porcentuales más alto que el año anterior. La inflación no es un fenómeno nuevo en la región, pero a diferencia de otros episodios muy conocidos del pasado, gran parte de los gobiernos latinoamericanos cuentan ahora con una buena disciplina fiscal y altos ingresos tributarios. Entonces, ¿de dónde viene esta vez la inflación?

Muchos analistas y gran parte de los gobiernos de la región afirman que el alto precio del petróleo y de ciertos granos son los responsables de esta alza inflacionaria. Pero si bien los shocks externos repentinos pueden causar un aumento de corto plazo en algunos precios, un aumento general y continuo en el IPC (la definición clásica de la inflación) solamente se da cuando el crecimiento de la oferta de dinero sobrepasa al crecimiento de la producción. Como lo afirmara el Premio Nóbel Milton Friedman, "La inflación siempre es en todas partes un fenómeno monetario".

En la década de los ochenta y principios de los noventa, la inflación en América Latina era alentada por los severos desequilibrios fiscales de los gobiernos. Cuando el gasto público creció de manera exponencial y los ingresos gubernamentales se estancaron o redujeron, los políticos latinoamericanos recurrieron a los bancos centrales para financiar sus excesos. El resultado fue catastrófico: la hiperinflación devastó economías como las de Argentina, Bolivia, Perú y Nicaragua.

Hoy la situación es muy distinta. Los gobiernos latinoamericanos están disfrutando de una rara bonanza fiscal. Gran parte de los países tienen pequeños déficits presupuestarios o incluso superávits. La deuda externa está bajo control, y las reservas están en constante aumento.

Sin embargo, la bonanza exportadora, y el flujo de los dólares que ésta propicia—junto con la entrada de inversión extranjera directa y de remesas—han tenido una desdichada consecuencia, al menos desde la visión mercantilista que prevalece en la región: Toda moneda latinoamericana con la excepción del peso argentino se apreció en relación al dólar en el 2007, en algunos casos por hasta un cuarto. El peso uruguayo se apreció en un 23,5 por ciento, el real brasileño en un 23 por ciento y el peso colombiano en un 22,1 por ciento. El sol peruano, el guaraní paraguayo y el peso chileno también se apreciaron por más de 10 por ciento el año pasado.

La apreciación de las monedas ha generado descontento entre los exportadores locales quienes se quejan de que sus productos se están volviendo menos competitivos en los mercados internacionales. Los manufactureros latinoamericanos ya están enfrentándose a la fuerte competencia china, y muchos afirman que sus economías están sufriendo de la "enfermedad holandesa"—es decir, los precios altos de las materias primas perjudican al sector manufacturero al aumentar el tipo de cambio, haciendo que las exportaciones se vuelvan más caras.

Esto ha provocado que las autoridades monetarias de la región intervengan continuamente en los mercados de divisas para mantener sus tipos de cambio "competitivos"—es decir, artificialmente bajos. Los bancos centrales de Argentina, Colombia, Perú, Bolivia, Costa Rica y Guatemala, entre otros, han comprado miles de millones de dólares en un esfuerzo por prevenir que sus monedas nacionales se aprecien más. Estos bancos centrales han inflado sus economías con dinero extra, lo que está a su vez ejerciendo presión hacia arriba en los precios.

Las autoridades monetarias de estos países argumentan que han tomado medidas para evitar un alza en la inflación, tales como la esterilización (vender bonos a bancos para absorber el exceso de liquidez) y aumentar las reservas bancarias obligatorias. Sin embargo, las pequeñas economías latinoamericanas pueden utilizar estas herramientas hasta cierto punto. Como lo muestran las cifras, mientras más dólares continuan entrando a la región, más problema tienen los bancos centrales esterilizando y controlando la inflación.

La inflación puede acarrear serios problemas para América Latina. En los países que han perdido la disciplina monetaria, la fiesta inflacionaria puede descarriarse fácilmente, especialmente una vez que el alza en los precios es incorporada en las expectactivas de la gente. Peor aún, los gobiernos en la región están castigando a sus consumidores de dos maneras: erosionando tanto el poder de compra doméstico como el valor externo de sus monedas.
Los gobiernos de América Latina están siguiendo el credo mercantilista que sostiene que las exportaciones son buenas y las importaciones son malas. La inflación resultante es esencialmente un impuesto oculto altamente regresivo que castiga a aquellos que menos tienen.

Por supuesto, no todos los países en la región siguen el mismo modelo. En Chile, el alza en la inflación tiene más que ver con un aumento en el gasto público que con la manipulación de los tipos de cambio. Pero gran parte de los gobiernos latinoamericanos están cayendo en la tentación de intervenir el valor de sus monedas, y por lo tanto exacerban la inflación. Estos gobiernos deberían terminar de disminuir el valor del tipo de cambio de sus monedas y restaurar la estabilidad de precios mediante la estabilidad monetaria. Conforme las monedas locales se aprecian, las importaciones aumentarán la demanda de dólares, lo cual a su vez ejercerá una presión hacia la baja sobre los tipos de cambio. Los gobiernos pueden acelerar este proceso al reducir unilateralmente sus barreras arancelarias a los bienes extranjeros—un escenario en el que nadie pierde.

Los gobiernos de la región deben entender que el libre comercio significa mucho más que solo exportaciones. Los consumidores también se benefician de las importaciones. Y aún todavía más importante, deberían acordarse de las lecciones que aprendieron del mal manejo monetario en el pasado no tan distante.

Este artículo fue publicado originalmente en El Tiempo (Colombia) el 26 de febrero de 2008.