Por: Juan José Garrido
La libertad no es poca cosa. Es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra -o de no obrar-, por lo que es responsable de sus actos. No obstante la sobriedad del enunciado, para muchos la misma constituye un peligro, un abierto desafío a los planes que -para el colectivo- ellos tienen en mente. “Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”, decía el abogado argentino Mariano Moreno; y es que, sin duda, esa es la alternativa: libertad o servidumbre.
Afortunadamente para los peruanos, frente a dicha alternativa hemos valorado en mayor medida, en los últimos años, la libertad. Y en el último Índice de Libertad Económica (publicado por la Fundación Heritage y el prestigioso Wall Street Journal) el Perú destaca en el puesto 45 de 179, situándonos en una privilegiada posición de cara al futuro. Y es que, aunque para algunos aún cueste aceptarlo, las correlaciones positivas entre dicho indicador y variables representativas de calidad de vida son más que evidentes (para aquellos que gustan de los guarismos, la relación entre libertad económica e ingresos per cápita es 0.67).
Más allá del puesto, que al final es sólo un indicador relativo, lo importante es que hemos mejorado en el último año en 3 puntos, situándonos por ello entre los 15 países con mejores reformas en dicho plazo. De los 10 indicadores utilizados, entre los que destacan libertad comercial, libertad empresarial y el respeto a la propiedad privada, hemos mejorado en 6, sólo retrocediendo en los ámbitos de libertad fiscal y monetaria, los cuales se explican por el difícil entorno macroeconómico mundial.
Los enemigos de la libertad, que sin duda existen y abundan por nuestros lares, sostienen que dichas libertades sólo benefician a unos pocos en desmedro de muchos. Eso es, sencillamente, falso: la libertad económica no sólo beneficia a todos, sino que beneficia en mayor medida a los más pobres, para quienes pequeños incrementos en sus ingresos significan sustanciales mejoras en su calidad de vida. La pobreza a nivel mundial se ha reducido durante la última mitad del siglo XX más que en toda la historia pasada junta; en el Perú, dichas mejoras en el Índice han significado reducir la pobreza de 55% en 1990 -cuando se hicieron las reformas- al 36% actual. Aún falta mucho por hacer, sin duda; empero, para esos 5 millones de peruanos que han franqueado la brecha, la diferencia es fundamental: menor mortalidad infantil, mayor acceso a escolaridad, mejores niveles de sanidad, entre otras. Como advertimos, la libertad no es poca cosa.
Afortunadamente para los peruanos, frente a dicha alternativa hemos valorado en mayor medida, en los últimos años, la libertad. Y en el último Índice de Libertad Económica (publicado por la Fundación Heritage y el prestigioso Wall Street Journal) el Perú destaca en el puesto 45 de 179, situándonos en una privilegiada posición de cara al futuro. Y es que, aunque para algunos aún cueste aceptarlo, las correlaciones positivas entre dicho indicador y variables representativas de calidad de vida son más que evidentes (para aquellos que gustan de los guarismos, la relación entre libertad económica e ingresos per cápita es 0.67).
Más allá del puesto, que al final es sólo un indicador relativo, lo importante es que hemos mejorado en el último año en 3 puntos, situándonos por ello entre los 15 países con mejores reformas en dicho plazo. De los 10 indicadores utilizados, entre los que destacan libertad comercial, libertad empresarial y el respeto a la propiedad privada, hemos mejorado en 6, sólo retrocediendo en los ámbitos de libertad fiscal y monetaria, los cuales se explican por el difícil entorno macroeconómico mundial.
Los enemigos de la libertad, que sin duda existen y abundan por nuestros lares, sostienen que dichas libertades sólo benefician a unos pocos en desmedro de muchos. Eso es, sencillamente, falso: la libertad económica no sólo beneficia a todos, sino que beneficia en mayor medida a los más pobres, para quienes pequeños incrementos en sus ingresos significan sustanciales mejoras en su calidad de vida. La pobreza a nivel mundial se ha reducido durante la última mitad del siglo XX más que en toda la historia pasada junta; en el Perú, dichas mejoras en el Índice han significado reducir la pobreza de 55% en 1990 -cuando se hicieron las reformas- al 36% actual. Aún falta mucho por hacer, sin duda; empero, para esos 5 millones de peruanos que han franqueado la brecha, la diferencia es fundamental: menor mortalidad infantil, mayor acceso a escolaridad, mejores niveles de sanidad, entre otras. Como advertimos, la libertad no es poca cosa.