miércoles, 28 de mayo de 2008

EL CENTRALISMO LATINOAMERICANO Y EL DESAFÍO REGIONALISTA

Por Diego José Benavente Millan

Los regionalismos, las regiones y sus gentes, en estos tiempos, están asumiendo roles cada vez más destacados en nuestros países, gracias a herramientas tecnológicas como la Internet, que incluso ha hecho posible el contactarnos sin conocernos previamente o físicamente, entre lugares tan distantes como Arequipa, Perú y Temuco, Chile, lugar este último, desde donde escribo estas letras gracias a los contactos establecidos a través del cyberespacio entre entusiastas regionalistas de ambas ciudades. En nuestro intercambio de experiencias hemos podido comprobar las grandes similitudes que viven nuestras sociedades en cuanto a los males que nos aquejan y al proceso que explica el donde nos encontramos.
Las semejanzas en la evolución económico-política y de ocupación territorial, que han experimentado nuestro países en América Latina, provienen en gran medida de nuestro común origen hispánico, responsable del estilo e institucionalidad política, educacional, religiosa y económica instaurada, donde se generó, como dice el amigo Federal José Antonio Abalos, una conducción fuertemente centrada en las capitales como Santiago o Lima, con una relación de subordinación de las comunidades repartidas en el resto de los territorios. Buscar explicaciones al "mal de muchos, centralismo de todos", extremadamente exacerbado que vivimos los habitantes de la América morena, en nuestras raíces e historia, es un primer paso necesario para reconocer donde subyacen nuestros problemas y poder saber que salió mal. Esto con mayor razón, si se considera lo que Hagen Gleisner en su libro "Centralismo en Latinoamérica y Descentralización en Chile" expresa, "aún hacia 1700, se consideraba que el reino español de América disfrutaba de un bienestar incomparablemente mayor, y que era más poderoso y prometedor que las colonias inglesas de Norteamérica", lo cual resulta difícil de creer, por decir lo menos, hoy en día, al comparar nuestras realidades. Los regionalistas hacemos bien en buscar las causas de, por ejemplo, el que nuestras grandes capitales acaparen la toma de decisiones a todo nivel y todos los actores relevantes, en el animo de que esto no vuelva a ocurrir más, sin embargo a nuestro juicio, gran parte de la culpa es nuestra, de las gentes de regiones, puesto que en nuestros países, más que autoridades que quieran controlarlo todo, somos un rebaño o tropa de súbditos excesivamente obedientes y pasivos.
Esta costumbre, caricaturizada crudamente con dichos como el "mande", a nuestro entender, nos viene de a una herencia de regímenes y formas de actuar y educar muy jerarquizadas y autoritarias, que no respetan la persona, la participación ni la democracia. Por lo tanto, somos nosotros los llamados a buscar respuestas y soluciones a nuestros problemas, para lo cual en primer lugar debemos empezar a creer en nosotros mismos, así como también simultáneamente buscar las fundamentaciones necesarias en nuestros orígenes. En alguna medida, encontramos explicación a nuestro centralismo, en las palabras del historiador Guillermo Fernandez Stevenson cuando expresa certeramente, "la conquista fue estrictamente centralizada y dirigida por el rey a través de su aparato administrativo, nadie llegaba con el propósito de tomar decisiones, sino para obedecer las que ya estaban tomadas." (El Extravío Histórico Chileno). Esta mentalidad de corte centralista, donde nadie esta dispuesto a tomar decisiones que puedan posteriormente ser revocadas por la administración central, se repite hasta nuestros días, entre la capital y las regiones, al igual como ocurría entre la corona y las colonias, hace más de 400 años. Algo similar se aprecia en la economía, al ver como cada vez más las empresas migran hacia las grandes ciudades, donde las regiones, salvo condiciones de excepción, no pueden competir con los grandes mercados capitalinos, lo cual no es más que una conducta de dominio central aprendida que se ha impuesto en base a franquicias determinadas y sin generar por parte de los políticos las medidas correctivas que la reparen. Todo esto ya lo describía Adam Smith en 1776 con respecto a la actitud de la corona española con sus colonias cuando expresaba, "una vez realizados los asentamientos y cuando por su volumen atrajeron la atención de la Metrópoli, las primeras leyes que esta dictó con referencia a aquellas tuvieron siempre la finalidad de asegurarse para si misma el monopolio de su comercio, de limitar su mercado y de ensanchar el suyo propio a expensas de las colonias es decir, desalentar el curso de su prosperidad mas bien que apresurarla y hacerla avanzar", de tal palo tal astilla. El problema se agrava aun más, cuando se piensa en los sistemas políticos y sus actores, responsables principales de la forma de organizarnos como países, los cuales no han sido capaces de dar a nuestras naciones las herramientas y el estilo que nos permitan un desarrollo equitativo para cada uno de sus territorios. Estos actores incluso no han sido capaces de dar una imagen que prestigie la actividad política, si se analiza lo expresado por un estudio del National Democratic Institute for International Affairs - NDI efectuado durante el año 95 en países como México, Salvador, Colombia, Perú, Chile y Argentina, el cual revela un notable rechazo social a los partidos políticos, donde además se pudo captar una opinión mayoritaria, en el sentido que, "los políticos generan sentimientos de desconfianza asociados con ineficacia, corrupción, falta de ejemplaridad y de transparencia e insensibilidad social." Es decir, la centralización no sólo perjudica a las regiones, sino además consigue dañar las principales estructuras e instrumentos del poder político en el actual orden de cosas, al hacerlas ineficaces desde el punto de vista de las comunidades, para resolver los problemas de la gente, en especial de los mas aislados y desfavorecidos.
Por otro lado y como lo describió Uta Hashagen, para nuestro último boletín Onda MAR (Mundo Acción Regional), actualmente y cada vez más, la democracia, la libertad, las posibilidades de consumo y las aspiraciones para una realización personal no se viven ya en torno a dos o tres ideas eje, confesiones, modas, tendencias u objetivos socialmente masivos. La diferenciación y la tolerancia a las diferencias, y la expresión del individuo junto a otros pocos de intereses similares, va dando origen a una sociedad de grupos diferenciados. Paradojalmente la globalización del planeta no genera una gran masa planetaria, sino una multiplicidad de grupos humanos cuyos miembros pueden estar físicamente distantes, pero gracias a telecomunicaciones modernas como Internet virtualmente muy próximos. Y esto constituye una oportunidad sin precedentes de desarrollo de liderazgo en iniciativas de orden social y político y de establecer relaciones sólidas y de largo alcance entre los grupos afines, por ejemplo en el contexto de la descentralización y el regionalismo. De una vez por todas tenemos que convencernos que somos las gentes de regiones los responsables de hacer el gran cambio o la diferencia, es nuestra responsabilidad asumir el desafío del desarrollo territorial autónomo y exigir lo que nos corresponde, juntos somos siempre más aunque no estemos cerca.

lunes, 26 de mayo de 2008

Precio del petróleo desafía al abismo

Charles Philbrook

Uno de los más interesantes libros que sobre el tema de los commodities se haya escrito en los últimos años es, ciertamente, Hot Commodities, de Jim Rogers, co-fundador del Quantum Fund junto a George Soros. Sus doscientas y tantas páginas de bien hilvanados temas se leen fácilmente y dejan un mar de información en el camino. La tesis central gira en torno a que el mundo se encuentra en un extendido superciclo económico —que puede durar otros diez años—, y uno que está sustentado en el crecimiento económico y mayor demanda de materias primas por parte de los países emergentes, principalmente China. El libro tiene todo, menos algo: no hay una sola página que se le dedique al papel que ha jugado y sigue jugando, en la evolución en el precio de los commodities, la masiva cantidad de dinero con la que los bancos centrales empezaron a inundar los mercados financieros desde, aproximadamente, 1998. (No es ninguna casualidad que el precio nominal de los dos tipos de oro, el negro y el amarillo, haya empezado su largo ascenso un año después, en 1999, luego de haber entrado en caída libre en 1980, y que se haya más que triplicado desde entonces. La casualidad juega un rol determinante en la astrología, pero ninguno —que pueda ser demostrado— en la economía).

En el muy largo plazo, sin embargo, los commodities industriales (con los que se construyen cosas, como el cobre, el titanio o el níquel) presentan retornos reales a la inversión negativa. Y el petróleo no se queda muy atrás: según Charles Dumas, estratega global de Lombard Street Research, en los últimos 150 años el retorno a la inversión en crudo, una vez descontada la inflación, ha sido nulo, cero, inexistente [“Are commodities a bubble ready to burst?”, The Telegraph (Londres), 18/diciembre/2007].

Las dos grandes guerras del siglo pasado aumentaron dramáticamente la demanda por commodities industriales, y una vez acabado el conflicto el precio de éstos continuó con su predestinado rumbo, cuesta abajo. Y si la historia de estos commodities es una historia con trayectoria descendente, la del petróleo es una con trayectoria lateral, hacia los lados. El nacimiento corporativo de Standard Oil, en 1865, llevó la industrialización del proceso productivo al sector de los hidrocarburos. Y con la industrialización, los precios del crudo comenzaron a desplomarse, desde los $120 en 1870 hasta los $25 en 1873. Durante cien años (hasta 1973), un 80% de la distribución estadística de estos precios fluctuaba entre los $20 y los $10 (en dólares de hoy). Pero en 1973 y 1979, dos eventos, uno monetario y otro político, acabaron con el sopor en este mercado: en 1973, el sistema monetario de Bretton Woods colapsó, y las diferentes monedas globales pasaron de tener un tipo de cambio fijo entre éstas a uno flotante. El caos empezó a reinar. Y sólo cuando a esto último se le añade la “tercera gran revolución en la historia” —después de la francesa y la bolchevique—, en la cual se depone al sah de Irán y se instaura la República Islámica, la disparada en el precio del crudo cobra sentido. Irán, después de todo, es uno de los principales países productores de la OPEP.

Sin mucha dificultad se podría argüir que estos factores del ayer, rediseñados, revigorizados y aumentados, persisten en el presente y explican la tendencia alcista en el precio. Al caos económico que produce el tipo de cambio flotante entre monedas hay que sumarle el bacanal monetario al que han llevado al mundo los bancos centrales: la liquidez global, medida por la base monetaria de los Estados Unidos más las reservas internacionales de los bancos centrales, ha pasado de crecer, nominalmente, 7% en 1998 a más de 18% el año pasado; es decir, el dinero —o una buena aproximación a éste— crece casi “cuatro” veces más rápido que la producción mundial de bienes y servicios. (¿Guardará esta creciente liquidez alguna relación con el crecimiento parabólico observado en el precio del crudo y los demás commodities?)

Y al exceso de liquidez, una vez más, súmenle esos otros factores, los no monetarios, que esta vez podríamos subdividir en geopolíticos y de producción —igual, por cierto, de importantes—. Veámoslo de la siguiente manera: si el decurso de los años y la sucesión de eventos llevara al mundo a una tercera gran conflagración, ésta, probablemente, tendría como foco el Medio Oriente. Ahora bien, si tenemos en cuenta que un 25% del petróleo que consume el mundo pasa por el (muy estrecho) estrecho de Ormuz —amenazadoramente patrullado por la marina de Ahmadinejad, el presidente de Irán—, y un 60% de las reservas probadas de éste se encuentran en la región —donde el peligro de que surjan nuevas revoluciones islámicas fundamentalistas aumenta con los años—, cualquier pequeño incidente, como es de suponer, sirve para poner presión en este mercado. Con mayor razón aun si se tiene en cuenta que, desde 1990, la capacidad de producción sin usar en este sector, como porcentaje del total, ha fluctuado en algo menos de 5% —su menor nivel desde 1975—. Uno último, y sin el cual todo análisis que se haga de la economía global quedaría incompleto, es el relacionado al ‘síndrome de China’ y su impaciente voracidad por commodities industriales, energéticos, agrícolas, etcétera.

En los últimos diez años, la demanda mundial de crudo ha aumentado en algo más de 13 millones de barriles diarios, cinco de los cuales se deben a un mayor consumo en el gigante asiático, es decir, 40% de este consumo adicional. Esto se debe, en gran parte, a los subsidios que Pekín concede y que distorsionan la relación producción-consumo, con lo cual una cada vez mayor demanda sólo puede ser cubierta importando cada vez mayores cantidades. En los últimos cinco años, como establece un informe del Wall Street Journal, la demanda mundial en este sector ha aumentado a una tasa anual de 1.5%, mientras que en China lo ha hecho a una anual de 9%. Sin China —subraya—, la demanda mundial de crudo sería “moderada” [“As oil price sets new high, stress hits developing nations”, The Wall Street Journal, 1/noviembre/2007].

Hay factores monetarios y no monetarios que vienen dándose desde los setenta y que influyen en el precio de este recurso energético, de una u otra manera, en un mayor o menor grado. Por lo tanto —podríamos prematuramente llegar a conjeturar—, eso explicaría lo que pasa en el mercado del crudo, ¿no es así? Pues bien, esta vez, no es así.

Todo inversionista tiene cuatro grandes tipos de “activos” en los cuales puede poner a trabajar su capital: puede hacerlo comprando acciones corporativas o bonos (gubernamentales o corporativos); o puede hacerlo invirtiendo en bienes raíces o en commodities. Históricamente, años de gran rendimiento en cualquiera de estos sectores eran seguidos por años de mínimo o nulo rendimiento. Y más aún: si subía uno de estos sectores caían los otros, pero nunca —como ahora, hasta hace poco— subían todos y mostraban espectaculares retornos al mismo tiempo. Esto es lo atípico de los últimos años, y ‘esto’ es lo que explica por qué sigue disparándose el precio del petróleo y el de otros commodities.

Si uno observa el mercado spot y el mercado de futuros del petróleo verá que a fines de los noventa —y debido a la orgía monetaria— empieza a incubarse el factor fundamental que explica lo que aquí sucede. Desde 1990 hasta el 2002, los precios en el mercado de futuros fluctuaban alrededor de $20 nominales y raramente se desviaban más allá de 10% hacia arriba o hacia abajo. Es decir, la volatilidad o variación en los precios era mínima. El mercado spot, en cambio, presentaba una mayor volatilidad —lo cual es natural—. Pues bien, a comienzos del 2002 algo sucede que produce un cortocircuito en estos mercados. Ese ‘algo’ podría indicar que nos encontramos ante uno de tres escenarios posibles: que el mundo llegó —como afirman algunos especialistas— a la temida era de “peak oil” (o el punto a partir del cual el costo marginal de extraer el recurso aumenta considerablemente); que nos encontramos ante una de las más grandes eras especulativas (y de ahí el título), o una combinación de los puntos anteriores.

En relación al primer punto, uno de los más grandes especialistas en el tema, Nansen G. Saleri, presidente de Quantum Reservoir, y ex jefe de la Gerencia de Administración en Reservas de Saudi Aramco, lo minimiza y afirma categóricamente que “en el mundo hay suficiente petróleo” [“The world has plenty of oil”, The Wall Street Journal, 4/marzo/2008]. Saleri señala que son cuatro los supuestos que hay que tener en cuenta para aceptar o descartar la teoría de ‘peak oil’. Uno de éstos —y el más importante— es el que se refiere a la cantidad del recurso bajo tierra. Sus estimaciones sugieren que habría entre 12 a 16 millones de millones de barriles de petróleo, convencional y no convencional, atrapados en el subsuelo, de los cuales el mundo ya habría consumido un millón de millones, es decir, la catorceava parte si promediamos. “Peak oil”, asevera Saleri, “debería arribar entre los años 2045 y 2067”, y dicho esto da por cerrado cualquier debate (los otros supuestos se basan en un crecimiento promedio anual de la demanda que fluctúa entre cero y dos por ciento, y en el que la industria recupera, en promedio, uno de cada tres barriles de petróleo convencional).

Si no es uno, entonces, queda el otro, el tema especulativo —aunque siempre exista la probabilidad de un escenario intermedio—. Diferentes datos, sin embargo, indican que los actuales niveles de especulación, por parte de inversionistas institucionales (como fondos de pensiones, fondos de cobertura, compañías de seguro, bancos de inversión y fondos mutuos), podrían haber llevado a éste y otros mercados de commodities a un punto sin precedentes en la historia financiera de la humanidad. Esto implicaría que el mundo se encuentra ante la tercera gran ola especulativa de los últimos veinte años — siendo las otras dos la ‘nueva economía’ y la del mercado inmobiliario, también de naturaleza global—.

Un contrato derivado financiero, como su nombre sugiere, deriva su valor de un activo subyacente o de un evento determinado (por ejemplo, las variaciones en las tasas de interés). El valor nocional de un contrato es el valor implícito en éste. En 1998, y según el Bank for International Settlements (el banco central de los bancos centrales), el valor nocional de estos contratos en commodities era algo menos de un millón de millones de dólares (un trillón, en inglés).

Con el paso del tiempo, una cada vez mayor percolación de liquidez por los mercados financieros volvió a insuflar ‘aire’ en las vías respiratorias de los commodities. En consecuencia, los precios spot y futuros empezaron a moverse juntos. Esto, como es de suponer, atrajo mayores inversiones, lo que a su vez siguió influyendo en el precio. Esta dinámica terminó por crear un sistema de ciclo cerrado, por el cual lo que pasaba en A influía en B, que a su vez repercutía en A. Hoy, el valor nocional de los contratos financieros en commodities supera los $13 millones de millones, lo que equivale al Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Es decir, de la casi nada han llegado al casi todo. (¿De dónde salió todo ese dinero? ¿Qué institución tiene el monopolio de la creación de dinero?).

El petróleo, entonces, hace lo único que puede hacer: subir y subir…, en un escenario en el que los niveles de inventario de gasolina y de crudo en los Estados Unidos —en los últimos catorce años en el primer caso y en los últimos dos meses en el segundo—, siguen aumentando. Eso es más que atípico: eso indica algo más, algo que algunos medios ya han empezado a sopesar.

En los últimos meses, la especulación en commodities ya no viene por el lado de los mercados futuros, sino por el lado del mercado spot, con lo cual se crea una demanda ‘artificial’, que no se recicla en el proceso productivo sino que acaba en un almacén. Un cada vez mayor número de fondos de cobertura, hace notar el Financial Times, está dejando de invertir en contratos futuros para poder invertir en el mercado spot, en el commodity físico [“Lex: physical commodities”, Financial Times, 10/octubre/2007]. Buscar controlar a los mercados futuros “arrinconando” a los mercados spot no es nada del otro mundo: la demanda mundial de petróleo llega a los $3 millones de millones, suponiendo un precio spot de $100 y un consumo diario de 83 millones de barriles. Es decir, un fondo institucional que invierta $300,000 millones ya controla el 10% de este mercado —e inflaría la demanda—. O puede comprar tres millones de contratos futuros y con un ‘depósito’ (initial margin, en inglés) de $45,000 millones obtener el mismo resultado. Esta nueva dinámica explicaría por qué este mercado ha pasado, en algo menos de un año, de una situación de “contango” (en la que el precio spot estaba por debajo de la curva de precios de los contratos futuros) a una de “backwardation” (en la que el precio spot está por encima).

Kenneth Boulding, el gran financista, afirmaba que quienes creen que el crecimiento exponencial se puede dar en un mundo finito, o están locos o son economistas. Nada puede crecer por mucho tiempo más rápido que la economía porque, eventualmente, llegaría a ser del tamaño de ésta —lo cual es un imposible—. ¿Estarán al tanto de esto los que vienen inflando con aire el precio de esta sustancia negra y pegajosa? Stay tuned!

ES UN APORTE DE: J. Raúl Choque F.

viernes, 23 de mayo de 2008

¿De dónde viene la inflación latinoamericana?

Juan Carlos Hidalgo

La inflación nuevamente está causando dolores de cabeza en América Latina. En el 2007, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) aumentó en todas menos dos economías latinoamericanas, alcanzando un promedio regional de 8,43 por ciento—casi 2 puntos porcentuales más alto que el año anterior. La inflación no es un fenómeno nuevo en la región, pero a diferencia de otros episodios muy conocidos del pasado, gran parte de los gobiernos latinoamericanos cuentan ahora con una buena disciplina fiscal y altos ingresos tributarios. Entonces, ¿de dónde viene esta vez la inflación?

Muchos analistas y gran parte de los gobiernos de la región afirman que el alto precio del petróleo y de ciertos granos son los responsables de esta alza inflacionaria. Pero si bien los shocks externos repentinos pueden causar un aumento de corto plazo en algunos precios, un aumento general y continuo en el IPC (la definición clásica de la inflación) solamente se da cuando el crecimiento de la oferta de dinero sobrepasa al crecimiento de la producción. Como lo afirmara el Premio Nóbel Milton Friedman, "La inflación siempre es en todas partes un fenómeno monetario".

En la década de los ochenta y principios de los noventa, la inflación en América Latina era alentada por los severos desequilibrios fiscales de los gobiernos. Cuando el gasto público creció de manera exponencial y los ingresos gubernamentales se estancaron o redujeron, los políticos latinoamericanos recurrieron a los bancos centrales para financiar sus excesos. El resultado fue catastrófico: la hiperinflación devastó economías como las de Argentina, Bolivia, Perú y Nicaragua.

Hoy la situación es muy distinta. Los gobiernos latinoamericanos están disfrutando de una rara bonanza fiscal. Gran parte de los países tienen pequeños déficits presupuestarios o incluso superávits. La deuda externa está bajo control, y las reservas están en constante aumento.

Sin embargo, la bonanza exportadora, y el flujo de los dólares que ésta propicia—junto con la entrada de inversión extranjera directa y de remesas—han tenido una desdichada consecuencia, al menos desde la visión mercantilista que prevalece en la región: Toda moneda latinoamericana con la excepción del peso argentino se apreció en relación al dólar en el 2007, en algunos casos por hasta un cuarto. El peso uruguayo se apreció en un 23,5 por ciento, el real brasileño en un 23 por ciento y el peso colombiano en un 22,1 por ciento. El sol peruano, el guaraní paraguayo y el peso chileno también se apreciaron por más de 10 por ciento el año pasado.

La apreciación de las monedas ha generado descontento entre los exportadores locales quienes se quejan de que sus productos se están volviendo menos competitivos en los mercados internacionales. Los manufactureros latinoamericanos ya están enfrentándose a la fuerte competencia china, y muchos afirman que sus economías están sufriendo de la "enfermedad holandesa"—es decir, los precios altos de las materias primas perjudican al sector manufacturero al aumentar el tipo de cambio, haciendo que las exportaciones se vuelvan más caras.

Esto ha provocado que las autoridades monetarias de la región intervengan continuamente en los mercados de divisas para mantener sus tipos de cambio "competitivos"—es decir, artificialmente bajos. Los bancos centrales de Argentina, Colombia, Perú, Bolivia, Costa Rica y Guatemala, entre otros, han comprado miles de millones de dólares en un esfuerzo por prevenir que sus monedas nacionales se aprecien más. Estos bancos centrales han inflado sus economías con dinero extra, lo que está a su vez ejerciendo presión hacia arriba en los precios.

Las autoridades monetarias de estos países argumentan que han tomado medidas para evitar un alza en la inflación, tales como la esterilización (vender bonos a bancos para absorber el exceso de liquidez) y aumentar las reservas bancarias obligatorias. Sin embargo, las pequeñas economías latinoamericanas pueden utilizar estas herramientas hasta cierto punto. Como lo muestran las cifras, mientras más dólares continuan entrando a la región, más problema tienen los bancos centrales esterilizando y controlando la inflación.

La inflación puede acarrear serios problemas para América Latina. En los países que han perdido la disciplina monetaria, la fiesta inflacionaria puede descarriarse fácilmente, especialmente una vez que el alza en los precios es incorporada en las expectactivas de la gente. Peor aún, los gobiernos en la región están castigando a sus consumidores de dos maneras: erosionando tanto el poder de compra doméstico como el valor externo de sus monedas.
Los gobiernos de América Latina están siguiendo el credo mercantilista que sostiene que las exportaciones son buenas y las importaciones son malas. La inflación resultante es esencialmente un impuesto oculto altamente regresivo que castiga a aquellos que menos tienen.

Por supuesto, no todos los países en la región siguen el mismo modelo. En Chile, el alza en la inflación tiene más que ver con un aumento en el gasto público que con la manipulación de los tipos de cambio. Pero gran parte de los gobiernos latinoamericanos están cayendo en la tentación de intervenir el valor de sus monedas, y por lo tanto exacerban la inflación. Estos gobiernos deberían terminar de disminuir el valor del tipo de cambio de sus monedas y restaurar la estabilidad de precios mediante la estabilidad monetaria. Conforme las monedas locales se aprecian, las importaciones aumentarán la demanda de dólares, lo cual a su vez ejercerá una presión hacia la baja sobre los tipos de cambio. Los gobiernos pueden acelerar este proceso al reducir unilateralmente sus barreras arancelarias a los bienes extranjeros—un escenario en el que nadie pierde.

Los gobiernos de la región deben entender que el libre comercio significa mucho más que solo exportaciones. Los consumidores también se benefician de las importaciones. Y aún todavía más importante, deberían acordarse de las lecciones que aprendieron del mal manejo monetario en el pasado no tan distante.

Este artículo fue publicado originalmente en El Tiempo (Colombia) el 26 de febrero de 2008.