viernes, 19 de diciembre de 2008

Cinco paradojas derivadas de la crisis

Autor: Carlos Alberto Montaner.
La primera paradoja es casi asombrosa: el culpable se ha convertido en el héroe. Estados Unidos, país causante de la mayor crisis financiera planetaria de los últimos cincuenta años, es la única economía en la que confían en el resto del mundo. El euro, el yen, el franco suizo, la libra esterlina se devalúan rápidamente con relación al dólar. Todos saben que la catástrofe se inició con la truculenta ingeniería financiera norteamericana de las hipotecas subprime -unas oscuras operaciones que bordeaban el fraude-, pero mientras más se ahonda el desastre, más crece la convicción de que la economía de Estados Unidos es la mejor preparada para capear el temporal.
Segunda: Estados Unidos está sorteando la crisis mediante el expediente, bastante discutible, de imprimir miles de millones de dólares (trillions en inglés) para inyectar liquidez a la economía. Supuestamente, es dinero que la sociedad norteamericana, mediante su gobierno, les presta a las empresas financieras para que, a su vez, continúen prestando, pese a que el gran problema se originó en el endeudamiento irresponsable y en la falta crónica de ahorro. Con esta medida, el país retarda el ajuste en lugar de acelerarlo, distorsiona la competencia, y elimina el factor riesgo en las transacciones comerciales, con lo que adultera totalmente la esencia de la economía de mercado. ¿Para qué comportarse prudentemente si el papá Estado vendrá a rescatarnos? Por otra parte, esa inmensa masa de dinero nuevo, que no responde a un aumento de la producción o de la productividad, inevitablemente se convertirá en inflación o se utilizará para mantener los precios artificialmente altos.
Tercera: El éxito mata. No hay nada más peligroso que las conquistas sociales en épocas de crisis. Cuando las prestaciones y los salarios son muy elevados y se han convertido en derechos adquiridos, las empresas no pueden sobrevivir a las crisis. Es lo que les sucede a los fabricantes norteamericanos de autos. No mueren (o agonizan) porque fabrican peores automóviles que los japoneses o los alemanes -aunque haya algo de eso, según se quejan los usuarios-, sino porque carecen de flexibilidad para adaptarse a los periodos de contracción económica. Hasta que los sindicatos no entiendan que la economía de mercado es como una especie de acordeón, que a veces se expande y a veces se contrae de acuerdo con miles de factores imponderables que escapan a cualquier cálculo o planeación, los trabajadores van a resultar perjudicados cada vez que llegue una época de vacas flacas.
Cuarta: Los expertos son casi inútiles. Hay que acabar de admitir que la economía no es una ciencia que se rige por las matemáticas, sino una actividad guiada por las cambiantes percepciones psicológicas, como sostiene Ludwig von Mises en La acción humana. De donde se deduce que las opiniones de los expertos siempre hay que tomarlas con mucho cuidado. Las famosas ”burbujas”, causantes de los grandes descalabros, son todas parecidas: un número creciente de personas se entusiasma con la posibilidad de obtener grandes ganancias en una actividad (internet, bienes raíces, simples préstamos), lo que funciona bien durante un tiempo, hasta que comienzan a desaparecer los inversionistas, a veces por simples sospechas, y, bajo el estímulo del miedo, se produce el colapso en cascada. (La burbuja es siempre una variante más o menos honorable de la ”pirámide”, también llamada ”fraude Ponzi”. Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que a principios del siglo XX organizó en Estados Unidos una ”pirámide” basándose en la diferencia de precio entre el valor de los sellos postales internacionales adquiridos en Europa y redimidos en Estados Unidos. Acabó en la cárcel, naturalmente).
Quinta: La reducción del precio del petróleo es, al mismo tiempo, una maldición. La única manera de que las fuentes alternas de energía sean rentables (el viento, el sol, el etanol, las plantas atómicas) es si el barril de petróleo resulta muy caro, especialmente mientras no se le impute al oro negro el inmenso costo militar que implica mantener una presencia occidental en el Medio Oriente, o la destrucción de capital que provocan las subidas estrepitosas del precio del barril de crudo, como ha sucedido varias veces. Desde la época de Nixon, los siete presidentes que han pasado por la Casa Blanca han incumplido su promesa de eliminar la dependencia del petróleo importado. Me temo que al señor Obama le sucederá lo mismo si los costos se mantienen bajos.

El Gran Debate Económico

Autor: Charles Philbrook.
Para unos, todo este caos financiero, que ya amenaza con derribar a países y economías regionales —a eso, al menos, apuntan una serie de indicadores crediticios—, tiene su origen en una falla del “sistema” capitalista; y para otros, en la intervención estatal en los mercados. Estas dos posturas, diametralmente opuestas en lo que a la dirección de la causa y el efecto concierne, nos llevan por dos escenarios posibles: si hay una falla intrínseca, la intervención (el efecto) queda plenamente justificada, de lo contrario, esta última (esta vez, la causa) produce la falla sistémica.
¿Es, entonces, lo uno o lo otro? ¿En qué sentido va uno y otro? Durante más de mil años la astronomía tolemaica teorizó que el Sol giraba alrededor de la Tierra, y durante esas más de diez centurias la mayoría de astrónomos eso fue lo que aceptó como verdad, como indiscutible verdad. Las predicciones astronómicas basadas en esta falsa concepción cosmogónica, y como es de esperar, no eran de las más acertadas. En todo este tiempo, un muy reducido grupo de pensadores, que van desde Apolonio y Aristarco en la Grecia clásica hasta Copérnico y Kepler en la Edad Moderna, se atrevió a disentir, postulando que el movimiento planetario era…¡heliocéntrico!. Hoy sabemos que lo que la hipótesis tolemaica proponía que debía ser central, en realidad, seguía una trayectoria orbital. Hoy, y gracias a lo que sabemos sobre el movimiento de los cuerpos celestes, el pronóstico y la precisión van por una sola línea.
Durante siglos, entonces, se dio por cierto algo que era falso. El Sistema Solar era y sigue siendo el mismo, y la definición de lo que es un sistema sigue siendo la misma, pero ahora nuestra visión de éste es otra. Todo sistema —incluyan al económico— es un conjunto estructurado de unidades relacionadas entre sí. La idea de conjunto nos lleva a pensar en multiplicidad, pluralidad; lo que hay de estructurado en él, a su vez, a intuir la existencia de una forma, de un orden predeterminado, al que conduce esa interrelación entre las diferentes unidades, las diferentes partes del sistema. Jueguen con una de estas partes y verán cómo todo deja de funcionar.
Pues bien, ¿cuál es el gran debate en economía?. ¿Uno de definición o uno de causa y efecto? Ni uno ni otro: el gran debate es aquél que aún se da entre los economistas tolemaicos —la inmensa mayoría— y los copernicanos, entre aquellos que aseguran que la producción de bienes y servicios en la economía gira en torno a la demanda y aquellos que dan por hecho que gira en torno a la oferta. Creer en lo primero lleva a sobrestimar el papel que juega el consumo, y a ver en el ahorro no una virtud, sino un vicio que debe ser vigorosamente combatido si un mayor crecimiento es lo que se busca. Por lo tanto, lo que en una persona es una virtud —el ahorro— pasa a convertirse en depresión económica si toda una nación lo practica. Esta aberración intelectual, inherente al razonamiento de la economía tradicional y ortodoxa (o tolemaica, si gusta de lo medieval), llevó a Keynes a teorizar que un cada vez menor nivel de ahorro se traduciría en un cada vez mayor nivel de consumo y de crecimiento. En otras palabras, a cero ahorros, un crecimiento infinito.
Pero, ¿se puede consumir algo que aún no ha sido producido? Producir cualquier cosa, desde un caramelo hasta un complejísimo avión toma tiempo. Para producir hay que invertir, y ya que la inversión sale del ahorro es más que obvio que si crecer es lo que se busca, pues ahorrar más y consumir menos es lo que se requiere. Esto es lo que creemos los economistas ‘ofertistas’, los copernicanos y keplerianos modernos (!) Ahora que esta señora crisis entra en su fase de depresión deflacionaria, y ahora que cada vez son más los países que tiran la casa por la ventana buscando evitarla, si algo en claro quedará de este debate es el descubrir de qué lado yace la verdad.

martes, 9 de diciembre de 2008

Cinco paradojas derivadas de la crisis

Autor: Carlos Alberto Montaner.
La primera paradoja es casi asombrosa: el culpable se ha convertido en el héroe. Estados Unidos, país causante de la mayor crisis financiera planetaria de los últimos cincuenta años, es la única economía en la que confían en el resto del mundo. El euro, el yen, el franco suizo, la libra esterlina se devalúan rápidamente con relación al dólar. Todos saben que la catástrofe se inició con la truculenta ingeniería financiera norteamericana de las hipotecas subprime -unas oscuras operaciones que bordeaban el fraude-, pero mientras más se ahonda el desastre, más crece la convicción de que la economía de Estados Unidos es la mejor preparada para capear el temporal.
Segunda: Estados Unidos está sorteando la crisis mediante el expediente, bastante discutible, de imprimir miles de millones de dólares (trillions en inglés) para inyectar liquidez a la economía. Supuestamente, es dinero que la sociedad norteamericana, mediante su gobierno, les presta a las empresas financieras para que, a su vez, continúen prestando, pese a que el gran problema se originó en el endeudamiento irresponsable y en la falta crónica de ahorro. Con esta medida, el país retarda el ajuste en lugar de acelerarlo, distorsiona la competencia, y elimina el factor riesgo en las transacciones comerciales, con lo que adultera totalmente la esencia de la economía de mercado. ¿Para qué comportarse prudentemente si el papá Estado vendrá a rescatarnos? Por otra parte, esa inmensa masa de dinero nuevo, que no responde a un aumento de la producción o de la productividad, inevitablemente se convertirá en inflación o se utilizará para mantener los precios artificialmente altos.
Tercera: El éxito mata. No hay nada más peligroso que las conquistas sociales en épocas de crisis. Cuando las prestaciones y los salarios son muy elevados y se han convertido en derechos adquiridos, las empresas no pueden sobrevivir a las crisis. Es lo que les sucede a los fabricantes norteamericanos de autos. No mueren (o agonizan) porque fabrican peores automóviles que los japoneses o los alemanes -aunque haya algo de eso, según se quejan los usuarios-, sino porque carecen de flexibilidad para adaptarse a los periodos de contracción económica. Hasta que los sindicatos no entiendan que la economía de mercado es como una especie de acordeón, que a veces se expande y a veces se contrae de acuerdo con miles de factores imponderables que escapan a cualquier cálculo o planeación, los trabajadores van a resultar perjudicados cada vez que llegue una época de vacas flacas.
Cuarta: Los expertos son casi inútiles. Hay que acabar de admitir que la economía no es una ciencia que se rige por las matemáticas, sino una actividad guiada por las cambiantes percepciones psicológicas, como sostiene Ludwig von Mises en La acción humana. De donde se deduce que las opiniones de los expertos siempre hay que tomarlas con mucho cuidado. Las famosas ”burbujas”, causantes de los grandes descalabros, son todas parecidas: un número creciente de personas se entusiasma con la posibilidad de obtener grandes ganancias en una actividad (internet, bienes raíces, simples préstamos), lo que funciona bien durante un tiempo, hasta que comienzan a desaparecer los inversionistas, a veces por simples sospechas, y, bajo el estímulo del miedo, se produce el colapso en cascada. (La burbuja es siempre una variante más o menos honorable de la ”pirámide”, también llamada ”fraude Ponzi”. Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que a principios del siglo XX organizó en Estados Unidos una ”pirámide” basándose en la diferencia de precio entre el valor de los sellos postales internacionales adquiridos en Europa y redimidos en Estados Unidos. Acabó en la cárcel, naturalmente).
Quinta: La reducción del precio del petróleo es, al mismo tiempo, una maldición. La única manera de que las fuentes alternas de energía sean rentables (el viento, el sol, el etanol, las plantas atómicas) es si el barril de petróleo resulta muy caro, especialmente mientras no se le impute al oro negro el inmenso costo militar que implica mantener una presencia occidental en el Medio Oriente, o la destrucción de capital que provocan las subidas estrepitosas del precio del barril de crudo, como ha sucedido varias veces. Desde la época de Nixon, los siete presidentes que han pasado por la Casa Blanca han incumplido su promesa de eliminar la dependencia del petróleo importado. Me temo que al señor Obama le sucederá lo mismo si los costos se mantienen bajos.