viernes, 19 de diciembre de 2008

El Gran Debate Económico

Autor: Charles Philbrook.
Para unos, todo este caos financiero, que ya amenaza con derribar a países y economías regionales —a eso, al menos, apuntan una serie de indicadores crediticios—, tiene su origen en una falla del “sistema” capitalista; y para otros, en la intervención estatal en los mercados. Estas dos posturas, diametralmente opuestas en lo que a la dirección de la causa y el efecto concierne, nos llevan por dos escenarios posibles: si hay una falla intrínseca, la intervención (el efecto) queda plenamente justificada, de lo contrario, esta última (esta vez, la causa) produce la falla sistémica.
¿Es, entonces, lo uno o lo otro? ¿En qué sentido va uno y otro? Durante más de mil años la astronomía tolemaica teorizó que el Sol giraba alrededor de la Tierra, y durante esas más de diez centurias la mayoría de astrónomos eso fue lo que aceptó como verdad, como indiscutible verdad. Las predicciones astronómicas basadas en esta falsa concepción cosmogónica, y como es de esperar, no eran de las más acertadas. En todo este tiempo, un muy reducido grupo de pensadores, que van desde Apolonio y Aristarco en la Grecia clásica hasta Copérnico y Kepler en la Edad Moderna, se atrevió a disentir, postulando que el movimiento planetario era…¡heliocéntrico!. Hoy sabemos que lo que la hipótesis tolemaica proponía que debía ser central, en realidad, seguía una trayectoria orbital. Hoy, y gracias a lo que sabemos sobre el movimiento de los cuerpos celestes, el pronóstico y la precisión van por una sola línea.
Durante siglos, entonces, se dio por cierto algo que era falso. El Sistema Solar era y sigue siendo el mismo, y la definición de lo que es un sistema sigue siendo la misma, pero ahora nuestra visión de éste es otra. Todo sistema —incluyan al económico— es un conjunto estructurado de unidades relacionadas entre sí. La idea de conjunto nos lleva a pensar en multiplicidad, pluralidad; lo que hay de estructurado en él, a su vez, a intuir la existencia de una forma, de un orden predeterminado, al que conduce esa interrelación entre las diferentes unidades, las diferentes partes del sistema. Jueguen con una de estas partes y verán cómo todo deja de funcionar.
Pues bien, ¿cuál es el gran debate en economía?. ¿Uno de definición o uno de causa y efecto? Ni uno ni otro: el gran debate es aquél que aún se da entre los economistas tolemaicos —la inmensa mayoría— y los copernicanos, entre aquellos que aseguran que la producción de bienes y servicios en la economía gira en torno a la demanda y aquellos que dan por hecho que gira en torno a la oferta. Creer en lo primero lleva a sobrestimar el papel que juega el consumo, y a ver en el ahorro no una virtud, sino un vicio que debe ser vigorosamente combatido si un mayor crecimiento es lo que se busca. Por lo tanto, lo que en una persona es una virtud —el ahorro— pasa a convertirse en depresión económica si toda una nación lo practica. Esta aberración intelectual, inherente al razonamiento de la economía tradicional y ortodoxa (o tolemaica, si gusta de lo medieval), llevó a Keynes a teorizar que un cada vez menor nivel de ahorro se traduciría en un cada vez mayor nivel de consumo y de crecimiento. En otras palabras, a cero ahorros, un crecimiento infinito.
Pero, ¿se puede consumir algo que aún no ha sido producido? Producir cualquier cosa, desde un caramelo hasta un complejísimo avión toma tiempo. Para producir hay que invertir, y ya que la inversión sale del ahorro es más que obvio que si crecer es lo que se busca, pues ahorrar más y consumir menos es lo que se requiere. Esto es lo que creemos los economistas ‘ofertistas’, los copernicanos y keplerianos modernos (!) Ahora que esta señora crisis entra en su fase de depresión deflacionaria, y ahora que cada vez son más los países que tiran la casa por la ventana buscando evitarla, si algo en claro quedará de este debate es el descubrir de qué lado yace la verdad.

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