martes, 28 de octubre de 2008

El Manifiesto Comunista y el factor quintacolumnista en esta crisis financiera


Charles M. Philbrook*

Octubre 28, 2008

Vivimos en tiempos excepcionales, únicos, qué duda cabe. Todo lo que se dice y hace últimamente —desde los libros y ensayos que los medios de prensa publican hasta los premios, como el Nobel de Economía a Krugman, o la nacionalización de gran parte de la banca en Europa y Estados Unidos— apunta a que éstos son tiempos de cambio, de fin de régimen y de sistema. En efecto, en lo económico vemos cómo una teoría, la keynesiana, se juega sus últimas cartas, sus últimas balas. Los Estados, a ambos lados del Atlántico norte, están dispuestos a apostar todo su arsenal monetario y fiscal buscando darle pronta solución a esta crisis; pero mientras pasan las horas y los días, los indicadores que cuentan, y que son los que deben ir hacia abajo si un fin a esto se persigue, han decidido enrumbar hacia arriba. En las últimas semanas, el aumento en las tasas de interés en los mercados de deuda gubernamental, corporativa e hipotecaria les recuerda así a estos gobiernos que ya no pueden seguir recurriendo a las triquiñuelas monetarias del keynesianismo.

Pues bien, ¿cómo se llega a esta crisis que parece no tener solución? Llegamos a ésta gracias al monopolio que los bancos centrales tienen sobre la creación de dinero y al férreo control que ejercen sobre el mercado crediticio de corto plazo —pueden llamarle “tasa de referencia” o “fed funds” a la tasa de interés que controlan, el hecho es que así subyugan al mal llamado “libre mercado”—. (No son muchos los economistas que demuestran interés en saber que en Estados Unidos, de 1837 a 1862, no existió un control estatal sobre la emisión de dinero, la era de banca libre o “Free Banking”, y sin embargo ése fue el periodo de mayor crecimiento económico en el país del norte.) Bien: cada vez que un banco central crea de la nada, ex nihilo, un sol, un dólar o la unidad monetaria que sea, en esencia lo que hace es inyectar deuda en el sistema económico, la que a su vez es amplificada equis veces por la banca comercial en forma de créditos. Esta deuda adquirió un crecimiento exponencial en los últimos años, y ése es el origen de esta crisis. Los bancos centrales crearon cantidades astronómicas de dinero que los bancos comerciales amplificaron en forma cuasi infinita prestando a gente que no tenía ni los medios ni los ingresos para pagar esos préstamos, los que se usaron para comprar casas, autos y todo lo que la imaginación pidiera y el nivel de ingresos impidiera.

Pongamos este ejemplo para que se pueda entender lo insostenible de todo crecimiento exponencial en un mundo finito. Vamos a suponer que colocamos una gota de agua en el centro del campo de juego del Estadio Nacional. Si cada minuto que pasa duplicáramos esa cantidad, es decir, una gota el primer minuto, dos el segundo, cuatro el tercero, ocho el cuarto, dieciséis el quinto, treinta y dos el sexto y así sucesivamente, ¿en cuánto tiempo se llenaría de agua por completo el Estadio? ¡En una hora! Lo interesante es que es en los últimos cinco minutos en los que se llena el 80% que aún queda por llenar. Visto gráficamente este crecimiento tiene la forma de un palo de hockey.



Ahora bien, ¿existe alguna solución para esta crisis de deuda? Y si no la hubiese, ¿qué hacen los gobiernos tirando la casa por la ventana? ¿Podrán estarse jugando su propia existencia? Pongamos esta crisis en perspectiva: de las cerca de veinte que cuentan los historiadores desde la tulipmanía, en Holanda, en el siglo XVII (bien podría ser la primera), ésta es mucho más grande que todas las otras juntas. Lo diferente de ésta yace en ciertos aspectos indestructibles en su naturaleza. Véanlo así: toda crisis produce una dinámica por la cual los excesos en el sistema se eliminan, se purgan. Y eso, al igual que lo que sucede en el cuerpo humano, forma parte del proceso de curación. En economía estas purgas se llaman “bancarrotas”. Pues bien —y obviando el hecho de que éstas han sido declaradas ilegales en el sistema bancario—, la aparición de una serie de derivados financieros, entre éstos los CDS (Credit Default Swap), no sólo mantiene intacta la deuda original sino que la multiplica varias veces. La empresa ABC, entonces, puede quebrar e incumplir con el pago del principal en su emisión de deuda, digamos, unos $10 millones, pero para todos los bancos de inversión, hedge funds y aseguradoras que hicieron plata vendiendo estos CDS, la deuda original —que pudo haber sido multiplicada equis veces— sigue en pie, vigente. Esa deuda, cual zombi, no desaparece del sistema. ¿Y a cuánto llega el tamaño de este mercado de CDS? A unos 60 trillones de dólares, el mismo tamaño de la economía global —y aún nos queda un largo paseo por el mundillo oscuro e incomprensible de todos los otros derivados, que juntos alcanzan un tamaño que ya supera en 15 veces a la economía global. ¿De dónde salió todo ese dinero que engendró estos monstruos? (Ahora ya entiende por qué esto es demasiado grande para todos los Estados, y por qué podrían estarse jugando su propia existencia.)


Los planes de rescate financiero que han puesto en marcha los gobiernos en Europa y Estados Unidos bien podrían estar condenados al más abyecto fracaso, desde el momento que ninguno de éstos tiene en cuenta algo fundamental: el exceso de deuda en el sistema (estos planes se financian con más deuda pública y más “liquidez” —léase deuda—). Lo último que le hace falta al mundo es precisamente más de lo mismo. Un problema de inundación no se soluciona con más y más agua (¿podrán entender esto los burócratas?). La deuda global combinada, pública y privada, es de unos $100 trillones, que equivale a un 170% de la economía mundial. En Estados Unidos, poco antes del crack del 29, esta deuda ascendía a un 160% del PBI (hoy ya supera el 350%). No hay manera de saber en qué momento se llega a “ese” punto de saturación, de exceso sistémico, pero si el ejemplo de la gota de agua en el Estadio sirve de algo, el verse rodeado de burbujas podría ser una buena señal de la cercanía del final.

Los mercados globales sospechan la magnitud e insolubilidad del problema, y eso los lleva al pánico, a que se cierren. Pero los gobiernos están decididos a que la orgía crediticia siga, y por eso se las ingenian creando uno y otro programa, sacando uno y otro conejo del sombrero, cual Domingo Cavallo, el ex ministro de Economía de Argentina. Sabemos qué pasó con Domingo y sus conejos, ahora sólo nos queda ver qué pasa con los de Uncle Sam y sus amigos.

Ingenuamente creen los gobiernos que sus planes de rescate financiero pueden llevar la calma a los mercados, y deciden entonces “garantizar” los préstamos interbancarios, los depósitos en el sistema y hasta el aire que se respira. Pero ¿se puede garantizar el pago de algo sin los ingresos que lo respalden? Los pasivos de sólo corto plazo de los bancos comerciales en relación al PBI nacional indican que esto no sólo es imposible sino que podría pasar hasta por una broma de muy mal gusto. En Bélgica y Suiza la relación pasivos bancarios de corto plazo y PBI (léase ingreso nacional) es de casi tres a uno; en Islandia es de dos a uno; en Gran Bretaña es de 1.5 a uno; en Italia y Francia de 0.7 a uno, y en Estados Unidos de 0.15 a uno. Esos son los de corto plazo. Súmenle a esto los pasivos de largo plazo y ya se puede ir viendo por dónde viene lo risible de pareja “garantía”. (“The world’s banks could prove too big to fail—or to rescue”, The New York Times, 10/octubre/2008).

Todo lo dicho en nada refleja el fracaso del “libre mercado”. No se puede afirmar que ha fracasado algo que nunca existió. Si algo ha quedado desacreditado, una vez más, es, precisamente, la intervención estatal en los mercados, la participación de los bancos centrales en el mercado monetario y los diez puntos del programa del Manifiesto Comunista de Karl Marx, quien, habiéndolos redactado en 1848, nunca imaginó que uno de éstos podría ser usado posteriormente como factor quintacolumnista en esta crisis financiera de proporciones bíblicas. El Manifiesto busca la destrucción del orden social burgués, el cual, luego de abolida la propiedad privada, será reemplazado por una sociedad sin clases ni Estado. Consta de un preámbulo y cuatro capítulos, uno de los cuales, el segundo —“Proletarios y comunistas”—, formula diez puntos de acción, que, una vez implementados, deben llevar a la transición del capitalismo al comunismo (saltándose en garrocha al socialismo). El punto cinco del Manifiesto es de lo más interesante, no sólo porque es la mejor descripción de las funciones de los quintacolumnistas bancos centrales, sino porque hasta ahora no se cuestiona qué hace esta recomendación comunista en una economía de supuesto libre mercado. “Se debe crear un banco nacional —recomienda Marx— que monopolice la emisión de dinero y centralice el crédito.” Pues bien, se monopolizó la emisión y ahora la crisis lleva a que los Estados se hagan del crédito. ¡Cuán orgulloso estaría Marxie! Su odio visceral por la burguesía lo llevó a buscar el triunfo en la destrucción frontal de ésta, cuando en realidad el triunfo yacía en el trabajo clandestino, en la Quinta columna del general Mola, en el quinto punto de su Manifiesto. But hatred blinds us to virtues

* Director de Estudios Económicos, Datum Internacional, S.A.

viernes, 17 de octubre de 2008

Crisis del Estado regulador

Paul Laurent
De entrada una pregunta: ¿Qué ocurriría si usted decide imprimir billetes en el garaje de su casa o girar cheques sin fondo a diestra y siniestra? ¿Lo intuye, lo sospecha? Ciertamente no esperaría que el gobierno lo indemnice o premie si es que es descubierto. Entonces, si ello no sucede en tal caso, ¿por qué sí acontece cuando el Estado junto con ciertos banqueros y financistas se unen para inundar las calles con dinero sin valor real?
Como a muchos, lo único bueno que me quedó de los años en que García Pérez ejercía su primer mandato (1985-90) fue que aprendí, de una vez y para siempre, que la inflación y la crisis económica suelen ser generadas por la demagogia y la apuesta a corto plazo de los políticos de turno. Palmariamente, la monserga que reza “fiesta para hoy, hambre para mañana”. El mi-mama-me-mima de la economía política. A costas de nuestras flageladas espaldas, García casi lo aprendió (hasta ahora); Bush y los norteamericanos lo olvidaron. Incluido Bill Clinton, el inventor de la expansión crediticia en el campo hipotecario. Sí, la misma que ha originado la mayor crisis financiera desde 1929.
He aquí el punto. Dar crédito a quienes se sabe que no podrán cumplir con su obligación de pagarlo es lo que ha ocasionado este crack mundial. Y ello únicamente es posible porque el Estado (del país más poderoso del orbe) se involucra en las decisiones económicas que se suscitan dentro del a cada instante más internacionalizado mercado. Si éste hubiera operado sin interferencias esta gigantesca contracción monetaria no se hubiera dado, pues ningún banquero suelta dinero sin tener de antemano la total certeza del retorno del mismo. Mas si ese mismo banquero es “invitado” a regalar dinero a cambio de dádivas (todas legales) por parte del tesoro público, entonces el panorama cambia. Así es como la sana codicia se torna en perjudicial.
Tal es lo que provoca la regulación estatal. Los sanos negocios se estropean por esta intromisión. A pesar de la globalización, son los estados los que controlan dentro de sus fronteras los sistemas financieros. A todas luces, ahí no impera el capitalismo, sino el estatismo mercantilista, el mismo que en la actualidad se apodera de bancos y financieras entradas en quiebra por sus propias políticas. ¿Qué hará luego con ellas? ¿Las venderá acaso a los mismos “despojados”?
En un orden auténticamente liberal aquellos hombres de negocios que invirtieron mal tendrían que asumir las consecuencias de sus actos. Si ello los obliga a la quiebra entonces el mercado (el mundo) sabrá lo que le sucede a los que hacen caso de los corruptores cantos de sirena de abundantes ganancias con poco esfuerzo. Pero si no los dejan fracasar entonces la señal que se emitirá será por demás absurda: a pesar de los errores cometidos, igualmente se les premiará (sea con millonarios rescates como con millonarias indemnizaciones). Todo por cuenta de los no precisamente millonarios contribuyentes.
Obviamente, los EE.UU. de esta hora tienen poco o nada que enseñar. Salvo que se le tome como ejemplo a no seguir. Como vemos, lo que antes fue exclusivo patrimonio de economías tercermundistas hoy lo es de la todavía primera potencia del planeta. Una lástima que tengan que ocurrir estas cosas para que se entienda que la alquimia no existe. Realmente no existe. En virtud de ello, los que vociferan que el capitalismo ha muerto cometen una mayúscula inexactitud. Su ojeriza contra el laissez-faire no los deja ver que lo que se tiene por delante es una crisis del Estado interventor antes que del mercado libre. Innegable, lo que éste último puede ofrecer aún está pendiente. Si en su momento el liberalismo triunfó en su pugna en aras de la separación del Estado de la Iglesia, lo que queda por llevar a cabo es el definitivo divorcio del Estado de la economía.
Por lo dicho, es de entender que quienes proclaman la muerte del mercado no se han detenido un solo instante en el significado de sus propias palabras. Si lo hicieran se enterarían que el mercado es la sociedad misma, que es gente que actúa en su día a día, que vive de su propio esfuerzo, que produce, que acumula riqueza. Precisamente lo que ni por asomo se fragua desde el Estado y la política. Exactamente aquél que se arroga la facultad de regular nuestras existencias, de prescribirnos conductas y obsequiarnos “libertades”. El discurso opuesto de Thomas Jefferson y su generación, aquellos que siempre supieron que la sociedad (el mercado) era un concierto de humanas conductas que meramente requerían ausencia de trabas para dar lo mejor de sí.
Justamente esas trabas que provocan falsos bienestares, los que tarde o temprano hacen crisis. Al respecto, he aquí la pregunta de un lego: ¿Alguien ha ido a prisión alguna vez por el crimen de inflar la economía fabricando indiscriminadamente billetes o expendiendo “generosamente” el crédito? ¿Se conoce algún caso? Verdad que no, entonces ya es hora de exigir la igualdad de derechos. Los falsificadores de riqueza no sólo están en los extramuros de la administración pública, también (o sobre todo) están dentro, y actúan con la ley en la mano. Antes que sobrevenga más disparates, quitémosle esa ley y sometámoslos a nuestros derechos. Ya es tiempo de frenar la impunidad de esta especie de antisociales. Que la economía fluya sola, esa es la mejor forma de apartar connivencias y evitar futuras crisis.

martes, 7 de octubre de 2008

LEVIATAN EUROPEO ENRUMBA POR EL CAMINO DE LA RUPTURA MONETARIA

Charles Philbrook*

7/10/2008


Una de las dos causas de esta crisis (no una ni tres), afirma la izquierda económica, se encuentra en la desregulación del sistema financiero que Ronald Reagan, ex presidente norteamericano, emprendió en los ochenta —siendo la otra el capitalismo en sí—. Sin embargo, como todo lo que viene de aquel lado del espectro ideológico debe ser cuestionado (después de todo, no son pocos los socialistas que aún creen en las barbaridades de Fourier, como que la abolición de la propiedad privada llevará a la inmortalidad del hombre y a convertir en limonada el agua salada de mar), la primera observación podría ser la siguiente: si en la desregulación yace una de las causas de esta crisis, por qué a mayor regulación mayores parecen ser los problemas. La banca europea —como se verá líneas abajo— se encuentra en peor situación que la norteamericana, y la banca china enfrenta un potencialmente peor escenario que el europeo. (Standard & Poor calcula que la cartera pesada del sistema bancario chino podría alcanzar un monto total equivalente al 50% del PBI nominal.) Y aun dándoles el beneficio de la duda a estos discípulos de Fourier, si todo el caos financiero fuese consecuencia de una insuficiente regulación, ¿cómo explicar, entonces, el rotundo fracaso del experimento soviético, donde todo era controlado, hasta el aire que se respiraba?

“Dadme una palanca…”

Ahora bien, nada de lo dicho hasta el momento tiene sentido si no se explica en qué consiste el “apalancamiento financiero”, y cómo éste tiene agarrado del cogote al mundo. Veamos: todo banco, por cada dólar de patrimonio (o pesos o la unidad monetaria que se elija), puede crear diez dólares en activos, en préstamos. Esta relación de diez a uno, entre los activos y el patrimonio, es el apalancamiento. Y esta relación se rompe cuando se dan pérdidas en el patrimonio o en el valor de los activos. Supongamos, entonces, que el banco ABC tiene un millón de dólares en patrimonio y diez millones en activos, y que la tasa de interés que paga por depósitos es 5% mientras que la tasa que cobra por sus préstamos es 9%. Esta diferencia de 4% entre una y otra tasa es el “spread”, que multiplicado por los diez millones en activos le genera al banco una utilidad de 400,000 dólares. Pues bien, supongamos ahora que ABC tiene una pérdida de 500,000 dólares, la cual borra sus utilidades y reduce su patrimonio en 100,000 dólares. Esta pérdida patrimonial implica que, a fin de mantener el apalancamiento financiero en su nivel inicial (por razones de regulación), los activos (los préstamos) se deben reducir en un millón de dólares (diez veces la pérdida). Si la reducción crediticia es grande la economía entra en recesión, y si es gigantesca —como que todo apunta hacia eso—, el cuerpo económico entra en convulsiones que acaban en síncope…, y a eso se le sigue llamando ‘depresión’.



Son dos, entonces, los problemas que enfrentan los bancos europeos: el nivel de apalancamiento —con su correlato crediticio— y el tamaño sobredimensionado de éstos en relación a sus países de origen. Tres de los bancos más grandes, Deutsche Bank, Barclays y UBS, cuentan con ratios de apalancamiento de 83, 42 y 48 a uno, respectivamente. Esto implica que si el valor de los activos en cualquiera de estos bancos cayera en “sólo” 2%, el patrimonio se reduciría a cero (quebrados). Rápidamente tendrían que ver la manera de realizar aportes de capital, reducir sus colocaciones u obtener alguna forma de rescate financiero en su país de origen. Pero esto último queda descartado desde el momento que son demasiado grandes en relación a éstos. Los pasivos de Deutsche Bank, por ejemplo, equivalen a un 80% del PBI alemán. Los de Fortis, a un 200% del PBI belga. Y Barclays, un gigante inglés, tampoco se queda atrás, con pasivos que alcanzan el 100% de la economía inglesa. Queda claro que cualquier rescate debe venir, o por el lado del Banco Central Europeo (BCE), o por una asociación de países. El BCE, sin embargo, de acuerdo al Tratado de Maastricht, está prohibido de participar en rescate financiero alguno, y la segunda opción sólo es viable siempre y cuando el contribuyente alemán esté dispuesto a tirarle un salvavidas al contribuyente inglés, o el francés al belga, o el español al portugués. (O que los cinco últimos se tiren al primero —pero eso ya escapa a los alcances del rescate—.)



Si esta crisis fuera un partido de fútbol estaríamos en los cincos minutos del primer tiempo. ¡Cinco minutos! Y ya el Leviatán europeo (el gran Estado) ha corrido y sudado como si quedaran cinco minutos para que acabe. Esta semana, Alemania se vio en la necesidad de asistir con un tanque de oxígeno, en el campo de juego, a su jugador estrella, el banco hipotecario Hypo Real Estate; Bélgica, Holanda y Luxemburgo tuvieron que prestarse ese mismo tanque para ayudar a Fortis y Dexia; Islandia, también, con Glitnir Bank (el caso islandés sí que es crítico: los pasivos de sus tres bancos más grandes equivalen a un 800% de su PBI). E Inglaterra tuvo que retirar (léase nacionalizar) del campo a Bradford & Bingley, un banco hipotecario. Los europeos, todo parece indicar, están entrando en verdadero pánico. Y a tanto debe llegar que Irlanda se vio obligada a asegurar todos los depósitos del sistema bancario (un 200% del PBI), algo que los estatutos fundacionales del BCE no permiten, y algo que lleva a la siguiente observación: ¿se puede llegar a un punto en esta crisis en el que no haya quién rescate a los rescatistas?



Como decía, esta crisis se encuentra en sus inicios, pero ya Europa tiembla… ¿Saben algo los burócratas en Estrasburgo o Frankfurt que el común de los mortales ignora? Sí, y podría ser esto: según el Fondo Monetario Internacional las inversiones inmobiliarias de los bancos europeos en los Estados Unidos equivalen a 75 centavos por cada dólar invertido por sus pares norteamericanos. A este riesgo, súmenle el de haber invertido en el sector inmobiliario europeo, que, según algunos medios, alcanzó niveles de especulación y ‘exuberancia irracional’ sólo superada por la tulipmanía, en la primera mitad del siglo XVII. Y sigan sumando: se sabe que el punto máximo del ciclo inmobiliario norteamericano se adelanta en unos dos años al europeo (y ya se cumplió el tiempo). También se sabe que en los últimos diez años el índice real del sector vivienda en los Estados Unidos se disparó un 50%, pero lo hizo en un 155% en Inglaterra, un 122% en España, un 92% en Francia y un 70%, en promedio, en los demás países industrializados. (“Will housing boom outside U.S. soon go bust?”, Wall Street Journal, 27/setiembre/2007).



Si la naturaleza de esta crisis se redujera a un simplón tema regulatorio, ¿qué explica la situación en la que se encuentran los bancos europeos y chinos? Y si todo se redujera a un mucho mayor control de la economía y del sistema capitalista, ¿por qué colapsó el comunismo? Por último, si Europa se encuentra en una mejor posición social, política y económica que los Estados Unidos —como aducen los de la izquierda bohemia—, ¿por qué entonces, en los últimos meses, y desde que se profundiza la crisis, el euro se desploma, literalmente, en relación al dólar? ¿Por qué entonces el euro empieza a gritar “ruptura” en diferentes idiomas? Grita ruptura porque la viabilidad de cualquier moneda fiduciaria nace de la confianza que la gente tenga en ésta. Si pierde la confianza el mercado rápidamente le encuentra un reemplazo. Esto es precisamente lo que en forma embrionaria pareciera estarse gestando en Europa. Cada país que comparte el euro lo imprime dependiendo del tamaño de su economía en la región. El número de serie de cada uno de estos billetes viene precedido por una letra que indica el país de origen. Pues bien, los alemanes han comenzado a rechazar euros de procedencia española, italiana, griega y portuguesa. (“Support for euro in doubt as germans reject latin bloc notes”, The Telegraph (Londres), 13/junio/2008). Y esta posible ruptura monetaria se ve reflejada en el mercado de deuda pública, en el diferencial en tasas en relación a los Bonos del Tesoro alemán a diez años, el German Bund. En los últimos cinco años el spread promedio en los bonos españoles, italianos, griegos y portugueses, en relación al alemán, era de 0.15%. Súbitamente, y desde que se manifiesta la crisis en agosto del año pasado, este spread ha ido aumentando, y hoy ya supera el 0.85%. Podrá parecer una variación insignificante, pero para quienes conocen algo de la dinámica en el mercado de deuda gubernamental, esto equivale a un terremoto en la escala 7 de Richter. Para algunos, podrá parecer un sismo más, pero para otros que valoran la vida, probablemente, sea la hora de empezar a correr. Podrá ser o no el comienzo del fin del euro, quién sabe, pero sí es el fin del comienzo del gran Leviatán europeo. You can bet on that horse!


(*) Colaborador de ILE