jueves, 26 de febrero de 2009

¿Por qué dejaron de ser izquierdistas?

Autor: Carlos Alberto Montaner.

Hace casi 30 años, el novelista Armas Marcelo, siempre dotado de un espíritu abierto, convocó a Canarias a un grupo plural de intelectuales del ámbito iberoamericano para discutir los asuntos más candentes de cuantos entonces afectaban a nuestras sociedades.

Naturalmente, acudí, y escribí un texto sobre la represión contra los escritores, creyentes y homosexuales en Cuba, y solicité firmas para una carta abierta en la que exigíamos que al poeta Heberto Padilla se le permitiera salir del país.

La reacción fue lamentable. Hubo gritos, insultos, abucheos y ridículas amenazas contra mi vida (”Esto te puede costar muy caro”, me dijo Ariel Dorfman con el gesto torcido de Humphrey Bogart, dado que todavía no se había estrenado El Padrino). Yo no había dicho una sola mentira, no había exagerado un ápice el clima de terror que se vivía (y se vive) en Cuba, pero la izquierda marxista no estaba dispuesta a admitirlo. Para sus simpatizantes, todo lo que yo contaba, pese a la evidencia, eran fabricaciones del Pentágono. Fue entonces cuando un jovencísimo escritor español, para mí desconocido, pidió la palabra e hizo una formidable defensa de los demócratas cubanos y una denuncia apasionada de la barbarie comunista absolutamente persuasiva.

Fue la primera vez que escuché su nombre, Federico Jiménez Losantos, y hablaba con la paradójica autoridad que se derivaba de su reciente militancia comunista. Había pasado por el PC, se había escorado aún más a la izquierda dentro de Bandera Roja, conocía la experiencia china de primera mano, hasta que, finalmente, había roto con esa nefasta ideología, y le parecía abominable que los intelectuales de nuestro ámbito, que deberían estar defendiendo la libertad y apoyando a las víctimas, se hubieran convertido en cómplices de las tiranías.

Tras el ejemplo de Federico, probablemente alentados por su resuelta elocuencia, siguieron varias voces, entre las que creo recordar a Sánchez Dragó, Jorge Semprún, Xavier Domingo y otros pocos escritores que tenían algo en común: todos procedían de la izquierda. Habían sido comunistas en su primera juventud, y luego, asqueados, se habían apartado de la doctrina y del partido, denunciando, generalmente, la inflexibilidad de los dirigentes y, sobre todo, el divorcio entre el socialismo teórico y el real. Mientras los comunistas hablaban del futuro luminoso que le esperaba a la humanidad poscapitalista, las sociedades controladas por ellos eran calabozos repulsivos, como advertía Solzhenitsin en el Archipiélago Gulag.

Estos recuerdos me vinieron a la mente tras la lectura de un libro extraordinario, Por qué dejé de ser de izquierdas, editado en Madrid por Ciudadela, escrito y compilado por dos de los mejores periodistas españoles jóvenes, Javier Somalo y Mario Noya, prologado por Javier Rubio –buen pintor renegado y magnífico ensayista-, y finalizado con un epílogo de César Vidal, nuestro Isaac Asimov: un asombroso erudito que domina ocho idiomas y, aunque no ha cumplido los cincuenta años, ya ha publicado unos 160 libros valiosos en todos los géneros, dentro en un amplísimo espectro que abarca desde una biografía de Lincoln hasta los sanguinolentos detalles de los asesinatos de miles de prisioneros inocentes a manos de las checas comunistas durante la Guerra Civil española.

El libro se compone de testimonios y entrevistas a diez intelectuales que comenzaron militando en cualquiera de las variantes de la izquierda: Federico Jiménez Losantos, Amando de Miguel, Pío Moa, Carlos Semprún Maura, Horacio Vázquez-Rial, Juan Carlos Girauta, José María Marco, Cristina Losada, José García Domínguez y Pedro de Tena.

El más radical de ellos, sin duda, fue Pío Moa –hoy un historiador exitosísimo y polémico-, quien en su juventud fue miembro activo del GRAPO, una organización de chiflados ultramarxistas dedicados a los asaltos y los asesinatos. Los más prudentes y moderados, en cambio, son José María Marco (ensayista muy sutil, historiador) y Amando de Miguel, brillante sociólogo, también asombrosamente prolífico, ambos más próximos al socialismo vegetariano que al radicalismo carnicero de la fauna leninista.

¿Qué hizo que estas personas (y Octavio Paz, Vargas Llosa, Ernesto Sábato, Plinio Apuleyo Mendoza y tantos otros intelectuales valiosos) abandonaran el comunismo y comenzaran a defender los valores de la libertad? En primer lugar, la dolorosa comprobación de que los gobiernos comunistas, sin excepción, construían unas sociedades muy pobres y brutales de las que invariablemente las personas intentaban huir desesperadas. Todos los experimentos comunistas fracasaban, sin importar el sustrato sobre el que trataban de erigir el sistema: fracasaban los germanos, los eslavos, los latinoamericanos (Cuba y Nicaragua), los asiáticos, los negros africanos. Todos, sin excepción.

¿Por qué? Y este era el segundo descubrimiento: porque el comunismo era un disparate teórico. No era cierto que la doctrina era hermosa y su ejecución fallida. La doctrina se basaba en un grave error intelectual y en una lamentable falta moral que inevitablemente conducían al desastre y al terror. Por eso, las personas más inteligentes, y las genuinamente interesadas en el prójimo, la abandonaban. Este libro lo explica con una claridad irrefutable.

viernes, 20 de febrero de 2009

¿Quién se hace cargo de nuestra ciudad?

Todos y nadie। En el “todos” se puede mencionar a las municipalidades, a los ministerios de Vivienda, Transportes, Interior; incluyendo a órganos desconcentrados como la COFOPRI y a empresas públicas como la SEAL y SEDAPAR. El “nadie” se debe a que todos tienen responsabilidades en el marco de sus funciones sectoriales (y municipales), pero nadie es el responsable del resultado de la suma de las partes.

Consecuencia inevitable: falta de coordinación que redunda en un crecimiento urbano caótico e inviable junto a un deterioro constante de la calidad de la vida de los arequipeños।

El asunto es que carecemos de un marco institucional que permita un gobierno para las ciudades intermedias como Arequipa (Lima tiene un gobierno metropolitano)। Aunque algún nivel de discrecionalidad podría observarse en las municipalidades provinciales, éstas no son gobiernos de ciudades sino gobiernos municipales de provincia (con una clara connotación rural) que por defecto administran las ciudades de manera precaria, incompleta y compartida. Las municipalidades distritales urbanas, por su lado, carecen de una perspectiva que vaya más allá de su distrito y no han demostrado una convergencia en los asuntos de la ciudad.

En otras palabras, la gestión urbana se encuentra fragmentada en las más diversas reparticiones públicas, tanto locales como nacionales, donde cada una toma individualmente decisiones sectoriales y distritales que inciden sobre la ciudad। Arequipa como ciudad aún no ha superado el millón de habitantes pero ya enfrenta problemas típicos de una urbe de un país en desarrollo: crecimiento urbano desordenado, alta contaminación, inseguridad y delincuencia, problemas de transporte y vialidad, etc. En este contexto, la ciudad necesita ser pensada y administrada como una unidad metropolitana y no como una simple suma de los distritos que la componen; más aún si los problemas son de ámbito metropolitano, es decir, rebasan los límites de cualquier distrito y, consecuentemente requieren una solución integral.

Un “gobierno de la ciudad” permitiría superar la atomización y fragmentación de las intervenciones municipales y sectoriales, respectivamente; dando paso a un “ente responsable de la administración de la ciudad” que se haga cargo de sus problemas (en la coyuntura actual pensemos en problemas como la contaminación y el transporte público) y de su desarrollo। Las ganancias para Arequipa serían considerables en términos de coordinación, planificación y gestión urbana, permitiendo pensar y construir la ciudad competitiva que queremos para el corto, mediano y largo plazo.

La experiencia cercana de un país como Colombia nos muestra que sus ciudades poseen un gobierno propio; el caso más resaltante es su segunda ciudad en importancia: Medellín, con un gobierno metropolitano que ha logrado excelentes resultados en ámbitos como seguridad ciudadana, vivienda y desarrollo urbano। En Chile ya se ha iniciado el debate para dotar de gobiernos metropolitanos en Concepción, Viña del Mar y Valparaíso.

Aprovechando el proceso de descentralización, se debería plantear gobiernos para las ciudades, al menos para aquellas que superen el medio millón de habitantes। Esto permitiría superar el viejo esquema del municipio provincial (es innecesario tener dos niveles de municipios) y permitiría una administración urbana con capacidad de enfrentar los problemas actuales de la ciudad y generar mayor calidad de vida para los ciudadanos.

Publicado en el Diario Correo del 16 de Enero de 2006http://www.correoperu.com.pe/correosur/arequipa/columnista.php?col_id=115

martes, 3 de febrero de 2009

La doctrina Klein: El auge de la polémica del desastre

Resumen
Por: Johan Norberg
El libro The Shock Doctrine (La doctrina del shock)*, de Naomi Klein, pretende ser una denuncia de la naturaleza despiadada del capitalismo de libre mercado y de su reciente exponente principal, Milton Friedman। Klein sostiene que el capitalismo va de la mano de la dictadura y la brutalidad, y que los dictadores y otras figuras políticas inescrupulosas se aprovechan de los “shocks” —catástrofes reales o fabricadas— para consolidar su poder e instaurar reformas de mercado impopulares। Klein cita como ejemplos de este proceso los casos de Chile durante el gobierno del general Augusto Pinochet, Gran Bretaña con Margaret Thatcher, China durante la crisis de la Plaza de Tiananmen y la actual guerra en Irak.
El análisis de Klein tiene defectos insalvables en casi todos los niveles. Las propias palabras de Friedman revelan que es un defensor de la paz, la democracia y los derechos individuales. Él sostenía que las reformas económicas graduales son, en general, preferibles a las drásticas, y que el público debe contar con toda la información pertinente a fin de prepararse mejor para recibirlas. Además, Friedman condenó las violaciones de derechos humanos que se dieron durante el régimen de Pinochet y se opuso a la guerra en Irak.
Los ejemplos históricos que da Klein también se desmoronan si se los analiza en detalle. Por ejemplo, Klein alega que el objetivo de la represión a la sociedad civil en la Plaza de Tiananmen era suprimir la oposición a las reformas pro-mercado, cuando, en realidad, paralizó la liberalización por años. También afirma que Thatcher usó la Guerra del Atlántico Sur como distracción para aplicar sus impopulares políticas económicas, cuando, en la práctica, esas políticas y sus resultados gozaban de un fuerte apoyo del público.
Sucede lo mismo con las afirmaciones empíricas de carácter más general de Klein। Las encuestas sobre libertad política y económica revelan que los regímenes políticamente menos libres tienden a resistirse a la liberalización del mercado, mientras que los estados con mayor libertad política suelen buscar también la libertad económica. Puede descargar el documento en
://www.elcato.org/pdf_files/ens-2008-12-09.pdf