domingo, 20 de diciembre de 2009

Perú: 1955-2009

Por Juan José Garrido
Interesantes reflexiones nos brindó Dionisio Romero -durante la CADE 2009- sobre sus 50 años de vida empresarial, que no son poca cosa en un país espantainversiones como el nuestro. Don Dionisio sostiene que la misma pasó por tres etapas: “31 años de moverte y acomodarte”, etapa que transcurrió entre 1955 y 1990; “a trabajar que vienen los extranjeros”, entre 1990 y 2000; finalmente, “19 años y muchos más”, se refiere a la actual.
Revisando la data histórica, el Perú ha transitado diversas autopistas entre 1955 y el 2009. Siguiendo la taxonomía del economista William Baumol, el Perú vivió hasta 1962 (gobierno de don Manuel Prado y Ugarteche) un estilo de capitalismo oligárquico y de grandes firmas; desde 1963 hasta 1990, el Perú transitaría una senda de socialismo en mayor o menor medida, desde las prácticas irresponsables y proteccionistas del belaundismo, pasando por el comunismo velasquista, hasta el modelo estatista y autárquico que primó hasta 1990; de ahí en adelante, el Perú vive una mezcla de capitalismo emprendedor y de grandes empresas (más notable sin duda desde el 2001).
Lo central hoy es, sin duda, la consolidación de este modelo, tanto para los grandes capitales como para los más necesitados, quienes sin duda se benefician del modelo. Existe, sin embargo, una razón menos visible de por qué mantener el actual modelo es beneficioso para todos los peruanos: el tipo de modelo económico pule las prácticas empresariales existentes y crea parámetros de comportamiento. Así, por ejemplo, el modelo estatista y expropiador de 1963-1990 creó un empresariado mercantilista, incapaz de mirar el largo plazo dado que la consigna era sobrevivir -y los que podían, prosperar- en base a la relación con el Estado. El actual modelo, en cambio, obliga -a grandes y pequeños- a preocuparse por variables claves en el algoritmo del crecimiento empresarial: prácticas gerenciales, productividad, organización, planeamiento estratégico, comunicaciones, aprendizaje y conocimiento, entre otras.
Lo curioso, al menos para el anecdotario local, es lo compasivos que han sido estos empresarios con los actores del pasado. Algún cínico dirá que se hicieron fortunas durante los años de estatismo; eso no es cierto. Velasco expropió -a mano armada- a diestra y siniestra (agro, banca, minería, industria, medios, pesca, entre otros), y los gobiernos de Belaunde y García, si bien relajaron los controles y las prohibiciones, retornaron muy pocos sectores a las manos apropiadas en el sector privado -léase, a sus verdaderos propietarios. El Perú de hoy es re-creado por el esfuerzo y la creatividad de peruanos exitosos; ni por un minuto crean que la tuvieron o que la tienen fácil gracias al Estado Peruano.

Por qué es necesario crecer?

Por: Juan José Garrido
Aunque suene tautológico, la clave del desarrollo es el crecimiento económico. Sólo para algunos miopes pasa inadvertida esta relación. La causalidad, por supuesto, es mutua; empero, la variable determinante de la relación es el crecimiento.
Algunos misólogos identifican el crecimiento económico con la génesis de todos los males imperantes; apuntan, tercamente, que el crecimiento no es la panacea, y que el mismo sólo puede llevar a la desigualdad y la destrucción del medio ambiente. La data que sustente lo contrario les es, por decir lo menos, trivial. No contentos con ello, sueltan, a veces, curiosas propuestas encaminadas a promover un estado de “crecimiento cero”, seguido de nuevos y mayores clamores por redistribuir la riqueza actual. En otras palabras, que ya el mundo está lo suficientemente enriquecido para colmar las necesidades de todos los seres humanos y que, por lo tanto, la solución estriba en la adecuada distribución de los frutos logrados.
El sofisma, realmente, recae en un pequeño error de percepción: la pregunta, en el fondo, no es otra que ésta: ¿por qué los individuos están interesados en producir más? Dicha pregunta, en el agregado, supone la variable “crecimiento”. La respuesta no es otra que para mejorar su calidad de vida vis a vis su anterior modo o estilo de vida. Y esa búsqueda por mejoras en la calidad de vida es la que incentiva -o motiva- el interés por producir más.
Los incentivos, como bien dice William Easterly, son los que promueven la acción humana. Los humanos no producen por placer; de ser así, pagaríamos por trabajar. Tampoco producimos por codicia, como los insensatos sostienen. Los mayores niveles de producción originan excedentes que, al intercambiarlos -normalmente a través del sistema monetario-, nos permiten obtener otros bienes y servicios que mejoran nuestra calidad de vida.
Esa es la conexión lógica: necesidades -léase carencia de bienes- crean motivos para producir, y mayores niveles de producción nos permiten intercambiar -léase mejorar nuestra calidad de vida. Produciremos hasta el punto en que el reposo tenga mayores réditos que la producción. Entonces, sí hay límites naturales a la producción, con lo que el miedo indirecto a la autoextinción es una nimiedad.
Peor es la pobreza imperante en algunos recodos del orbe. Y por eso es que debemos de seguir produciendo y progresando. El movimiento que promueve el “crecimiento cero” sólo apunta a aniquilar los incentivos que mueven a los seres humanos, una pésima noticia para los más pobres y necesitados.